Prince había muerto. Son de esas noticias que cuesta creer, que cuesta asimilar. Ya se sabe que la muerte es un gran negocio en el arte: desde su fallecimiento, se están vendiendo un 42% más de sus discos, con todo lo que eso supone además para sus herederos. La gente es así. Seguramente muchos de los que tenían olvidado el genio de Minneapolis o incluso los que le ninguneaban, se han lanzado a escuchar y comprar su música. No voy a hablar de sus canciones, de aquel 1984 en el que ganó con Purple Rain Grammy y Oscar por su álbum y película respectivamente, de sus conciertos míticos. Es sólo un humilde y sentido homenaje de un fan que necesitaba escribir unas líneas sobre él. 

Para mi Prince era un referente musical, el compedio perfecto, la música hecha carne. Quizá cuantitativamente me han marcado más otros, en cuanto a número de canciones favoritas, pero Prince era ese artista que siempre sobrevolaba tu manera de ver y sentir la música, porque eso es lo que procuraba: que la música fuera una experiencia, una sensación, una forma de vida fueras o no músico. Quizá por eso fue ecléctico, caprichoso, inclasificable, experimentador, rebelde, prolijo hasta el extremo. Vivía por y para la música. Casi no dormía y en cada rincón de su casa podía tocar y grabar, porque necesitaba la música como el respirar y tocaba 20 instrumentos como quien respira.

Su discografía supera la cuarentena y el número de canciones y instrumental grabado es inimaginable, ya que como demostró con hechos, repudiaba a la industria y realizó grabaciones inéditas, regaló canciones y discos... Prince será eterno pero además espero que su incansable capacidad de componer nos deparen aún muchos discos nuevos, como un Cid en bucle de batallas, toda una mina que probablemente aún está por descubrir. 

Prince ha marcado mi vida musicalmente y a veces, como buen miembro de la generación que vibró con la música ochentera y noventera, ha sido banda sonora, paño de lágrimas y pista de baile de mi biografía. Lo ha admirado por igual con sus obras maestras, con su pop, su rock, su funky, con sus virtuosismos a la guitarra, el piano, el bajo o la percusión, con sus coreografías y bailes, sus colaboraciones y composiciones a otros artistas y sus excentricidades. Siempre ha creído que si Mozart hubiera nacido en su época y zona, habría sido Prince

Nunca me han interesado los cotilleos y peculiaridades de su vida privada, ni ahora cómo y por qué murió. Sólo serviría para tener más rabia, más impotencia, pero sobre todo para tapar lo verdaderamente importante: que Prince era la música y que para servidor era más que música, una forma, torpe o equivocada (saboteó su carrera en muchas ocasiones y no sacó partido a su talento ni se adaptó desde el punto de vista comercial a los tiempos) de vivir la música, su música y su vida. Pero ahí está en parte el porqué de mi admiración. 

La realidad es que nos perdemos su gira sólo de voz y piano, pero que será su próximo disco, el póstumo. Me pierdo también esas cosas pendientes en la vida: verle en directo. En una de sus visitas a España, escasas desgraciadamente, acabó tras un concierto en Joy Eslava. Esa noche, nadie de los que sacudían su cuerpo en la pista de baile se podían imaginar que quien pinchaba era el mismísimo Prince. Pidió esa noche ser el DJ del local de manera anónima. Es el resumen perfecto de lo que era el señor Nelson: sólo le interesaba la música. 

Uno de sus canciones más famosas se tituló 'My name is Prince' (Mi nombre es Prince) y una de sus decisiones más excéntricas fue quitarse el nombre y convertirlo en un símbolo. Da igual, la esencia permanecía: su nombre era Prince y fue un símbolo... de la música.