Vivimos en una burbuja con ropajes de libertad, pero como el recién nacido, como el Neo de Mátrix, tras los primeros azotes y algunas lágrimas se muestra ante tí el mundo real aún sin conservantes ni colorantes. Puedes elegir la pastilla, no todo está perdido. La base de nuestro sistema democráctico se basa en decidir no decidir verdaderamente, en seguir detrás de los barrotes con las llaves puestas. Los logros parciales nos impiden ver el bosque del fin verdadero, mientras la falsa política y el puro poder financiero nos atrapa sin ofrecer apenas resistencia.


Casi sin darnos cuenta, la podredumbre va en aumento y nada parece hacernos reaccionar. Bien aleccionados y narcotizados, todos seguimos con nuestras rutinas y "disfrutando" de nuestra aparente libertad y democracia. Vamos a hablar precisamente de eso: de cómo en un sistema aparentemente democrático y en colaboración con los medios controlan nuestras vidas sin percatarnos o querernos percatar.

La democracia tiene muchas definiciones, pero en esencia es o debería de ser participación. En origen fué así, pero democracia y capitalismo salvaje no casan, salvo que una de ellas se prostituya para la otra. El modelo capitalista que actualmente se está agotando tal y como lo hemos conocido se ha exprimido bien gracias a un modelo tramposo donde la gente se ha creído representada y con capacidad de decidir, pero ¿decidir qué? ¿Al candidato más trepa y hábil, con un buen asesor de imagen y un gran aparato propagandístico? Eso no suena muy eficaz ni democrático, pero funciona, porque nuestra domesticación educativa y mediática está adaptada perfectamente al momento urna.

Un informe de la ONU de 2002, "La calidad de la democracia en el mundo", contabilizaba 82 democracias en el planeta, y hacía una defensa a ultranza del sistema como garante de los derechos humanos y el bienestar general, además de como muralla ante la pobreza, la violencia o el subdesarrollo.

Nos regocijamos por tales logros, pero sin pararnos a reflexionar en el origen: las guerras mundiales, el colonialismo, la dogmatización de pensamiento, la necesidad de una fuerte clase media que sustente el sistema económico liberal... Si hablamos de logros sociales, sea cual sea su causa, también Cuba o Venezuela, de los que hablaremos ahora, tienen sanidad y educación pública, por ejemplo (en el caso de Cuba a pesar del bloqueo).

En la web de la UNED se puede ver un interesante documental donde aborda el poder de las grandes empresas y corporaciones. El sistema creado especialmente tras la 2ª Guerra Mundial fué, más allá de teorías conspiratorias, un intachable escenario donde la aparente protagonista era la democracia y el actor secundario la economía, cuando en realidad ha sido al revés. Ante tal puesta en escena es difícil resistirte y no puedes por menos que tomar parte. El problema radica en que tal modelo se está agotando y la gente está empezando a dudar, como Neo, entre una pastilla u otra. Toda la buena voluntad que aparenta en el documental la RSC (Responsabilidad Social Corporativa) es sólo, al menos por ahora, una utopía o una cortina de humo.

Podría parafrasear a Nietzsche y sustituir Dios por Democracia, pero no lo haré porque algo que no ha exisistido aún en realidad no puede morir. Tampoco exageraremos como Schopenhauer y diremos que "los hombres vulgares han inventado la vida en sociedad porque les es más fácil soportar a los demás que soportarse a sí mismos" (me gustan las citas como sabéis porque en cuanto a palabras sabias hace tiempo que está todo dicho). Tiene parte de razón, pero al final este sistema ha hecho que empecemos a no soportarnos tampoco entre nosotros.


No soy sospechoso de tener debilidad por el populismo o ciertas formas de hacer política. Además, como insisto una y otra vez para que no se me olvide el motivo de este blog, intento quitarme toda influencia acumulada gracias a este sistema que tanta caña le doy, aunque tantas buenas cosas aparentemente nos ha dado. Buceando de hecho en tales páginas y usando como guía el libro de Pascual Serrano, te encuentras con datos muy reveladores y silenciados por los medios (aunque este punto manipulador lo dejaremos para otra ocasión; de hecho el libro va de eso).


Portada del libro

Nuestra idea de democracia, si es que tenemos alguna, se limita a acudir cada cuatro años a depositar la confianza en un candidato elegido a dedo o en un congreso extraordinario y que gracias a una engrasada maquinaria de márketing y una estudiada presencia mediática nos entra por los ojos, sin saber ni preocuparnos por saber quién es, qué ha hecho anteriormente y cuáles son sus cualidades más allá de las obvias (buena presencia, labia y sonrisa estudiada). Suena simplista, pero es así. Es más, se fomenta el bipartidismo para acrecentar esa sensación de fanatismo Madrid-Barça, uno u otro, blanco o negro, conmigo o contra mí. Es decir, fomentan nuestro poder de decisión restringiendo al máximo las opciones, que en realidad son dos caras de la misma moneda.

Lo fácil es decir que es mejor eso a que uno solo se autoproclame gobernante e imponga su ley. El consenso aquí no existe, sí, pero en la clase de democracia que tenemos tampoco. Es cuestión de matices, aunque sean varios muy gordos reunidos en una constitución. Mirad más allá. Resulta que en un país como Venezuela hay tantas elecciones y referédums como en un país etiquetado como democrático: 1998 nombrado presidente, 1999 se aprueba por referédum la constitución con una 71,9 % de apoyo, y así varios comicios hasta la actualidad. De hecho, resulta que es el segundo país con mayor satisfacción democráctica según el Latinobarómetro . Ver para creer.

¿Y Cuba? Pues un país donde no existen los partidos, no, pero porque cualquiera puede presentarse a los comicios. Un país donde está terminantemente prohibido cualquier forma de campaña, sí, porque no es necesario dinero alguno ni contar con apoyos, influencias o intereses privados.

Su imagen de pobreza persiste cuando según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU ocupa el puesto 51, siendo el mejor situado de Centroamérica y Caribe (sólo superado por una Costa Rica que no sufre de ningún bloqueo económico, más bien al contrario).

¿Y qué pasa con los abusos de poder, los disidentes, el control mediático, la violencia? Por supuesto, como pasa en España, o en Francia, o en Dinamarca, o en EE.UU., o en Canadá... Sólo hay que preocuparse por echar un vistazo al informe de 2008 de Amnistía Internacional sobre los derechos humanos (concretamente en Europa). Claro hay que buscarlo o leer dónde buscarlo, porque en los medios diarios que nos tragamos no va a aparecer.

Otra curiosidad es cómo el concepto decreto-ley nos parece bien en España pero mal en Venezuela, siguiendo con la comparativa. Al final son leyes impuestas por un supuesto interés general. Eliminar el latifundio para repartir tierras entre los campesinos y crear cooperativas nos parece justo, creo, pero si digo que tales decretos los firmó Chávez ya no somos quizá tan objetivos (yo el primero a veces). Pues sí, 49 decretos nada menos en 2001 para erradicar tal injusticia social. En España, en cambio, aún hay nobles que encima se benefician de tributos basados en leyes feudales aún en vigor.

Así somos. El etnocentrismo nos lleva a ver las cosas distorsionadas e incluso entre países de similares características en teoría. Comparemos ahora a la hundida Venezuela con la próspera democracia colombiana:

Ambos países, como todos los del planeta, adquieren armamento, pero siempre es el país de Chávez el que aparece en los medios por este tema. Sin embargo, resulta que Venezuela es uno de los países latinoamericanos con menor gasto militar (1,6 del PIB), frente a los líderes, casualmente las democracias de Colombia (3,7 del PIB) y Chile (3,8). No digamos ya las estadísticas de muertes violentas, corrupción política (empezando por el presidente Uribe) o desigualdades sociales (ver Calvo Ospina).

La democracia suele ser sinónimo de crecimiento económico, pero aunque así sea ¿a qué precio? Normalmente muy alto y más en países en vías de desarrollo, ya que al intentar atraer inversión continuamente pierden ciertos derechos. Acaban fabricando sólo para exportar. Nosotros lo vemos bien porque así empezamos en su día, para ahora enorgullecernos de nuestros logros y calidad de vida. De cualquier forma, las estadísticas no mienten, y mientras que en Colombia aún viven 11 millones de personas en la indigencia, con un alto índice de analfabetismo (aún siendo uno de los países del mundo con más riquezas naturales y de materias primas), en Venezuela se ha pasado en diez años de un salario mínimo de 36 dólares a 238 en 2006; la tasa de paro pasó del 15,3 al 9,6 (vaya, la mitad que en España); fué declarada en 2005 por la UNESCO libre de analfabetismo técnico (menos del 1%) gracias a un plan educativo llamado Misión Robinson.

¿Por qué no se cuentan estos hechos basados en datos y no en situaciones ideológicas o intereses geoestratégicos? Todo se va tejiendo en una madeja que nosotros vamos sosteniendo. La URSS creaba dictaduras satélite y EE.UU. crea democracias artificiales como Colombia, ¿qué diferencia hay? La diferencia es que países como Colombia siguen bailando a su son y al del FMI. Organismo del que por cierto salió Venezuela (otros como Brasil o Argentina se lo están pensando), pasando de prestatario a prestamista de otros países en desarrollo, quitándole "cuota de mercado". Será por eso que ya este organismo apenas presta a América Latina.

Podríamos seguir desempolvando nuestra anquilosada capacidad de análisis, narcotizada por un orwelliano sistema donde todo está etiquetado y mesurado, donde no te dejan pensar porque te tienen ocupado full time. Hay más ejemplos en Asia e incluso África. La democracia no se crea ni se alcanza por consenso de los poderosos. La democracia se debe ganar y se debe ejercer. Para avanzar a veces hay que retroceder un paso para darte impulso. Pensadlo.

Se impone crear un modelo nuevo, participativo de verdad, justo y a la vez recto, eficaz, acorde al nivel tecnológico que se va alcanzando. Estos párrafos no significan posicionarse en nada salvo en el absolutismo de los hechos y de los datos y el relativismo de sus interpretaciones.
Balzac dijo una vez muy acertadamente que "la resignación es un suicidio cotidiano". Estoy de acuerdo, no hay más que ver las caras cuando salgo a la calle. Aún así, esas caras no coinciden luego con sus discursos, opiniones ni actos. He insistido aquí alguna vez, y lo reitero, que culpables les podemos buscar y encontrar en casi todos los ámbitos, pero hay que empezar por uno mismo. Cuando diagnosticas el problema, encuentras su solución y aún así persiste, es que lógicamente no se está haciendo lo que hay que hacer. Lo fácil o difícil, según se mire, es culpar a los máximos responsables, a los políticos, a los economistas, a los empresarios, a los sindicatos, a los medios de comunicación, pero que yo sepa todos ellos, por más poder que tengan, necesitan de todos nosotros para existir, de nuestros votos, de nuestro trabajo, de nuestra credulidad, de nuestro inmovilismo.

Queremos que las cosas cambien pero no hacemos nada para cambiarlas; es más, alimentamos los argumentos con los que pretendidamente queremos luchar. Vagamos por el desierto y en nuestra desesperación vemos oasis irreales, espejismos de unos anhelos que nunca llegan, sin otra salida que seguir avanzando bajo el tórrido sol. Obligación y a la vez ilusión. No puedes ni quieres parar. Tu camino es calvario pero antesala de un paraíso según tú próximo.


Pero no os preocupéis, no toda la culpa es nuestra. El Sistema hace muy bien su trabajo: todo encaja para que cada mañana nos levantemos y le abracemos. Hace agua por todas partes, pero parece el único modelo posible y nosotros nos lo creemos, porque no obstante tenemos nuestro pan y circo elevado a la enésima potencia. Nos lo creemos porque podemos criticarlo abiertamente y es más, pensamos que podemos cambiarlo (no en vano vivimos en democracia ¿verdad?); nos lo creemos porque hay una aparente pluralidad informativa que vigila el cotarro, el cuarto poder, pero no se especifica nunca si está al margen de los otros tres o es el cuarto brazo del Sistema. Nos creemos todo y criticamos todo al mismo tiempo, sin criterio, como hacen los que nos gobiernan en cada minuto de nuestra vida, precisamente porque somos causa y consecuencia de ese sistema, un círculo perfecto en el que somos indispensables y a la vez innecesarios, cómplices y víctimas, mérito de ellos y permisividad nuestra. Y es que:
  • Criticamos continuamente a los políticos por su ineptitud e inmovilismo, pero no nos damos cuenta de que es fruto de una falsa democracia en la que seguimos participando cada cuatro años con cargas ideológicas desfasadas.
  • Criticamos continuamente a los empresarios por su injusticia laboral, pero no nos damos cuenta de que es fruto de nuestra rancia mentalidad de asalariado esperando el espejismo de una vida mejor, con lo que seguimos participando como el que más en la mentalidad empresarial que queremos denunciar.
  • Criticamos continuamente a los economistas y especuladores financieros por su oscurantismo y falta de escrúpulos, pero no nos damos cuenta de que es fruto de un sistema sostenido por nuestra forma de vida basada en la promoción sacrificando tu calidad de vida, en el vivir de las rentas sacrificando tus potencialidades, o en el dinero fácil sacrificando la solidaridad y la ética.
  • Criticamos continuamente a los sindicatos por sus contradicciones y acomodamiento, pero no nos damos cuenta de que es fruto de un sistema laboral que viene de la lejana revolución industrial, cuando no anterior, con lo que seguimos reivindicando derechos y avances incompatibles con una nueva era de la que queremos sacar tajada pero no adaptarnos.
  • Criticamos continuamente a los medios de comunicación por sus posicionamientos partidistas y su información sesgada y manipulada, pero no nos damos cuenta de que es fruto de una libertad de expresión tan particular, que al final va contra los principios en los que parece basarse. Nos creemos todo lo que nos cuentan porque sí o porque no hay tiempo para buscar la verdad de los hechos o porque nos interesa o porque nos han educado así, es decir, han hecho bien su trabajo.
  • Criticamos, en definitiva, el sistema día tras día, pero no nos cuestionamos su existencia, porque nos ha dado tantos disgustos como coartadas, como ese padre exigente con los horarios, que nos da un cachete de vez en cuando, pero que nos protege de cualquier contingencia y nos da techo.
No quiero extenderme más, porque en futuras entradas abordaremos más pormenorizadamente estos temas, pero el mensaje es claro: tal como están las cosas, no podremos cambiarlas si seguimos las reglas del sistema que pretendemos criticar algunos y derrocar otros. Aquí surge el concepto de revolución, otra palabra tan mal usada y peor ideologizada. Revolución es luchar contra la involución cuando la evolución no es posible, porque para que hubiera verdadera evolución tendría que haber unos principios y bases sólidas que aún no existen, aunque creamos que sí. Porque el creer que sí las hay nos permite seguir un día a día incompatible con nuestras reivindicaciones. Estar en misa y repicando.


Empecemos a despojarmos del borreguismo falseado con algún que otro balar y a quitarnos la mugre ideológica que antes al menos era acto pero hoy en día no es más que una fachada, una excusa para pertenecer a algo y no hacer.
Hagámoslo y las opiniones vertidas aquí o en cualquier otro lugar tendrán por fin un valor nuevo, lejos de toda contradicción o contaminación, fieles al título de este blog. Quizá seamos pocos, pero al menos el resto verá que no caemos en los mismos errores, en los mismos espejismos.
Qué decepción. Esperaba un análisis revelador y sacar conclusiones jugosas. El título era extenso pero sugerente: "Lecciones aprendidas de la crisis económica japonesa y similitudes con la conyuntura económica actual", conferencia organizada por la Fundación Ramón Areces. El ponente no podía ser más autorizado, el ex Ministro de Interior japonés y ex Viceministro de Finanzas, Heizo Takenaka. Exposición árida la suya, llena de cifras macro pero sin el fondo comparativo que nos prometían. ¿Lo mejor? La intervención previa de otro ilustre ex ministro que os sonará más, Josep Piqué, las acertadas preguntas finales de los asistentes y la perlita-titular final que dejó el señor Takenaka ante una de ellas: "Imposible para los políticos entender las finanzas". Pues con eso nos quedamos. Desde luego escuchándole nos creíamos su afirmación y al menos se agradece su honestidad tan propia de aquellos lares.


No oculto mi admiración por el pueblo nipón: por sus logros, su tecnología,su forma de trabajar y de ver la vida. De ahí que las expectativas fueran altas. Sabemos que Japón lleva años estancada (ya me gustaría a mí estar estancado como ellos). Igualmente sabemos de sus bondades productivas, su capacidad tecnológica, su mano de obra cualificada. Un país en recesión, sí, pero que rara vez ha tenido una tasa de paro superior al 5 %. Paradojas de la economía, o mejor dicho del modelo productivo, como apuntaba acertadamente Piqué, lanzando una esperada puyita al gobierno de Zp. Esperábamos entonces lecciones aprendidas y consejos, como rezaba el título de la conferencia, pero nada de eso hubo. Pura retórica política.


Te reafirmas entonces en que la clase política no distingue de calidades, que son causa. Al menos esperabas que el señor Takenaka nos dijera cómo imitarles en lo mucho bueno que tienen, pero eso era ponerse en evidencia. Allí, por mucho que se empeñen los gobernantes, el paro no se dispara al 20 % por ejemplo... Josep Piqué le preguntó sobre ello, era obligado. El ex ministro nipón señaló a su colega varias medidas: ayudas directas al empleo, división de la demanda, control de la inflacción; añadió la depreciación de la moneda pero obviamente no es posible ya.


Heizo Takenaka se limitó durante su intervención a recorrer cronológicamente la historia económica de su país en las tres últimas décadas y las medidas que se tomaron, especialmente durante su etapa en el gobierno a principios del 2000. Japón, tercera economía mundial tras EE.UU. y China y tercera potencia exportadora tras China y Alemania, lleva tres décadas de recesión técnica con esporádicos intervalos de mejora. Su productiva y tecnificada economía no impidió que sufriera una crisis similar a la vivida ahora: caída del Nikkei y de los precios en los 80, burbuja inmobiliaria, inyección de dinero a los bancos a finales de los 90, pérdida de confianza... ¿os suena?


Comenzado el milenio, y con Takenaka formando parte del gobierno, las medidas dieron algunos frutos que no duraron mucho. El problema bancario continuaba, a pesar de inyectar el gobierno dinero equivalente al 5 % del PIB. Depreciación de moneda, escándalos financieros, burocracia excesiva..., nos sigue sonando.


Afortunadamente, como pasa en este tipo de eventos, hay turno de preguntas y suele ser más fructífero que la charla en sí, resgringida como en este caso a un plano discurso. Inteligentes preguntas de preparados asistentes que hurgaron en las heridas de Davos, la especulación bursátil y la incompetencia política. Eso sí, como buen político anunció un nuevo Bretton Woods para cambiar las reglas de juego. Y es que era japonés, sí, pero político y doctorado en Harvard...