Desde que tengo uso de razón uno de los recuerdos más abundantes e intensos eran las imágenes que emitían los informativos de niños malnutridos en África. Eran las típicas escenas, que supongo todos habéis vivido, de la familia alrededor de la mesa masticando la abundante y sabrosa comida mientras aparecía en pantalla la mirada perdida de un crío esquelético. Varió el guión a lo largo del tiempo: del "niño, no mires la televisión, siempre ponen esto a la hora de comer", al "fíjate bien y da gracias por dónde y cómo vivimos, ¿es que nadie hace nada ante esto?".


Pues en el año 2009 parece no haber pasado el tiempo, ¿por qué? Los menos informados dirán que porque no se envía suficiente ayuda; los más incluso argumentarán lo contrario razonando con múltiples cuestiones geopolíticas. Lo cierto es que a nada que te pongas a pensar en la cuestión te das cuenta de que casi nada cuadra.


En los últimos 50 años el continente negro ha recibido más de medio billón de dólares en ayuda. Sin embargo, si los medios de comunicación volvieran de nuevo la vista hacia este problema, en vez de llenar minutos de dudoso interés informativo, reviviríamos las mismas escenas de sobremesa.


¿Qué es lo que hace que un país salga de la espiral de la pobreza? Sin duda múltiples factores, pero la clave es cualitativa: no es cuánto sino cómo. Y si encima el cuánto se emplea para otras cosas, el círculo se cierra, ¿o no? Pues no del todo.


Hasta aquí lo que todos sabemos y que además nos hace tener la conciencia tranquila: dinero, conciertos benéficos, porcentajes del PIB, ONGs... El problema no somos nosotros, decimos, lo tienen ellos: lo malgastan en corruptelas y guerras. ¿Seguro que es "sólo" eso?


África, para los países desarrollados, es esa persona a la que le das los peces pero no le enseñas a pescar, ni siquiera le permites conseguir una caña, ¿por qué? Porque no interesa, se estropearía el cotarro. Las cuotas y subvenciones agrícolas de los países ricos ahogan por completo la capacidad competitiva africana. La ayuda, estadísticamente, está benficiando tres veces más al que la da que a quien la recibe.


Mientras las políticas y las mentalidades no cambien seguiremos inmersos en esta gran farsa, que alimenta más conciencias que estómagos, que subvenciona más guerras e intereses estratégicos que infraestructuras, tecnología o educación. Es hora de enseñar a pescar y repatir cañas, pero para eso habría que echar a los poderosos de uno y otro lado. Con una África libre de tiranos tanto locales como corporativos a la sombra de los países que fueron colonizadores, podría al fin liberarse del yugo. Entre tanto, la lluvia de dinero que recibe se evapora antes de tocar el suelo de los débiles.
Ya sé que está muy visto hablar de la "telebasura", pero si no lo digo reviento. ¿Que qué hacía viendo la tele? Pues que hoy Morfeo no me ha invitado a la siesta.


La gente sigue alimentándose de la telebasura y claro, a "ésta" no le queda otra que acceder a las demandas de una masa embrutecida. La eterna cuestión, el huevo o la gallina. La libertad de expresión es también la libertad para usar la demagogia y unas técnicas de persuasión que harían palidecer al mismísimo Goebbels. No pretenden educar a la audiencia ni crear un espíritu crítico, sino influir y dirigir a la masa a través de la creación de un mundo imaginario, un matrix catódico donde cada día se sumergen millones de personas ya de por sí aborregadas por el entorno. Lo subliminal como sublime, lo vulgar como espectáculo, lo antiético como estético. Si los ciudadanos tienen los políticos que se merecen, no digamos nada de la "tele".


¿Prevenir o curar? Es indudable que la propia tecnología que defendemos ha creado una tupida red de formas de comunicación, plataformas y formatos. Gracias a Guttemberg no podemos volver atrás, pero sí dar un paso adelante valiente.


Ahí dejo la cuestión y el debate: ¿Qué futuro le espera a la televisión? ¿Debería haber un control? Premio para el que no use "libertad de expresión" en su argumentación, eso es lo fácil.
Los tiempos están cambiando, es indudable. Cada vez parece más obvio que asistimos a un punto de inflexión en economía, comunicación, comercio, etc. Todo está mutando y yo con ello. Es por tanto un buen momento para poner mi grano de arena en la inmensa playa que es ya la comunidad bloguera.


El título del blog no quiere ser ni pretencioso ni enigmático. Hace alusión a la escala que ideó el astrofísico ruso Kardashov para medir la evolución tecnológica de una civilización. Actualmente aún estamos inmersos en la fase cero de esa escala, gateando torpemente como si dijéramos. Un tema recurrente ha sido el imaginar cómo vería nuestro planeta un hipotético viajero exterior. A buen seguro que su cara sería un poema, bastaría con ponerle un zapping televisivo. Pero, afortunadamente, para sorprendernos de lo que hay no hace falta buscar miradas ajenas. Somos muchos (bueno, no tantos al parecer) los que en el fondo la tan aireada crisis nos parece la oportunidad para rectificar en todos los sentidos y empezar a construir los mimbres para subir un peldaño en la escala Kardashov.


Este blog no pretende sólo centrarse en el aspecto tecnológico de la cuestión. Me gustaría que fuera un foro de opinión sin tapujos, sin paños calientes y siempre buscando dos puntos claves: la lógica y la ironía; que mis comentarios no se pasen por el filtro del autoengaño, la hipocresía, la demagogia o lo políticamente correcto; que la gente se moje y reflexione sobre lo que hay y lo que debería haber, sobre cómo se hacen las cosas y cómo se deberían hacer.


Para alcanzar el estatus al que alude el blog no basta con cambiar el sistema económico o de gobierno. No basta siquiera con conseguir una equitativa distribución de renta o una justicia social. Primero se deben cambiar las mentes, las mentalidades, deshacerse del corsé de la cultura mal entendida, de los convencionalismos sociales. Eso sí, entre tanta reflexión también hablaremos de libros, de cine, de medios y como decía Tip y Coll, hablaremos del gobierno, pero todo bajo el tamiz arriba expuesto.


Os espero por aquí y quizá dentro de unas cuantas entradas podremos decir, como cantaba Dylan, que los tiempos verdaderamente están cambiando.