Hace unos días repusieron una de mis películas favoritas, de esas que, aparte de estar impecablemente rodadas, te llegan a la fibra y te hacen reflexionar sobre la condición humana y los misterios de nuestras actitudes y reacciones.
Lo que queda del día, basada en una novela de Kazuo Ishiguro. Hay una escena (no contaré su importancia o lugar en el metraje por si alguno no la habéis visto), que me llega especialmente y retrata a la perfección la situación de ese mayordomo recto, impasible y atormentado al que da vida Anthony Hopkins: una paloma se cuela en una de las estancias de la villa y entre él y su señor logran espantarla y sacarla fuera. El sirviente cierra el ventanal y un plano cenital se aleja de la casa. Una escena aparentemente sencilla y banal pero que encierra todo el meollo del asunto.
Para los que habéis disfrutado de la película, la metáfora visual cobra todo su significado. La casa como jaula de sus sentimientos y de su vida dedicada a servir; la libertad de decisión, el destino personal, el libre albedrío; el de un hombre enamorado del ama de llaves que jamás osará mostrarlo. No hay mejor marco para retratar todo ello que la Inglaterra de principios del siglo XX, donde este mayordomo representa el fin de una casta y a la vez el fin de una época victoriana e imperial que está a punto de tornarse en años convulsos de guerras y cambios.
Aún hoy, a principios del siglo XXI, el universo y forma de ser de esa época y de ese sirviente se me antojan actuales. Se sigue primando la rectitud mal entendida y el control de tu destino a través de la educación, el ambiente familiar y los convencionalismos sociales. La revolución tecnológica, de la información y de las redes sociales no han hecho sino mitigar esos efectos, pero crear otros.
Todos tenemos o hemos tenido nuestra jaula, donde una paloma se ha asomado para mostrarnos la libertad de lo sencillo. Todos somos o hemos sido sirvientes de amos o señores que mantienen su status mientras tú mantienes tu condición. Millones de personas a lo largo de la historia, y lo que queda, han vivido dentro de su aparentemente inamovible situación y han provocado su nula capacidad para afrontar sentimientos positivos o encontrados, convirtiéndose en sirvientes de su amo pero sobre todo de su propio espíritu.
En estos tiempos tan convulsos os invito a que disfrutéis esta película o la revisionéis con los ojos de lo actual pero también de lo antiguamente establecido. El autor de la novela lo hace muy bien, conocedor a partes iguales de las costumbres de su país de adopción y de su país natal, Japón, cunas ambos de las más arraigadas e inamovibles tradiciones y convencionalismos sociales.
Al final del film os entrarán muchas ganas de vivir al máximo lo que queda del día.