El lunes asistí encantado al cierre de la fascinante trilogía que ha creado Christopher Nolan sobre Batman. Se podrá ser más fan o menos de su visión del superhéroe, pero casi todos coinciden en su planteamiento actual y acorde a los tiempos que nos ha tocado vivir. 





Quizá sea exagerado, pero aparte de la saga de El Padrino y de El Señor de los Anillos, no veo otra trilogía tan redonda y que refleje tan bien la condición humana y los valores e intereses por los que nos regimos

No contaré nada de ésta o de las anteriores pero sí que al salir del cine, como siempre hago y si la película ha merecido tal costumbre, le doy vueltas y saco conclusiones de la lectura entre líneas que todo buena película que se precie tiene.

El cómic nos puede parecer un mero entretenimiento para niños, adolescentes y mentes frikis, pero en muchos, y centrándome en Batman, encontramos una mirada más real del mundo de lo que muchos libros o films consciente o inconscientemente realistas nos puede ofrecer. La trilogía de Nolan, su interpretación de los cómics, captura la intención de análisis del hombre y su vida en sociedad. La distorsión y exageración de la realidad a veces puede reflejar más realismo que cualquier espejo perfectamente pulido. 

Su visión de este héroe tan humano y su entorno encierra todos los temores, peligros e incertidumbres a los que nos enfrentamos hoy en día. Los buenos se equivocan y rompen códigos para hacer supuestamente lo correcto y los malos realizan actos que en ocasiones el espectador puede posicionarse a favor. Porque la bondad y maldad aquí es tan relativa como la falsa seguridad de los actos que provocan. Porque los malos, sobre todo en esta última entrega, lo son por motivos que se antojan "lógicos", por lucha y sufrimiento, mientras que la bondad parece derivar de la comodidad y lo establecido como correcto. 

Luchas de poder en consejos de administración, ataque bursátil, rebelión, terrorismo, control, venganza, duda, infancias rotas... Y una ciudad oscura, caótica y temerosa, una ciudad inventada pero en la que cualquiera de las grandes ciudades del mundo se puede ver reflejada. El caos y la destrucción como posible solución catárquica, como medida desesperada para vengar sufrimientos pasados pero también para poner en práctica nuevos modelos de sometimiento que al final derivan en sustituir unos "malos" por otros. En un mundo que ha perdido el rumbo y la esperanza, donde sólo queda la lucha entre contrarios y no la entente entre próximos; donde queda el radicalismo desesperado y la desesperación radical de un mundo perdido, de un ser humano devastado como ente y como ser social.

Sales del cine y te das cuenta que ese mundo de cómic es reflejo y análisis de lo que está  pasando. Se encienden las luces y reparas en que has asistido a una representación decadente y oscura de la realidad. 
El menor de los males sería volver al patrón oro, pero revisionando el documental Dinero es deuda (al que dediqué una entrada aquí y que os vuelvo a recomendar encarecidamente), explica muy bien lo sencillo que sería todo si se usara la lógica y la equidad (sí, el "esto es imposible" o "demasiado sencillo para llevarse a cabo" ya lo tengo de antemano). Transcribo la parte donde, tras explicar cómo surgió el dinero, los bancos, la deuda y el sistema actual, nos da una solución plausible que por sencilla no es utópica, sólo que nos han vendido algo que con el paso de las décadas parece imposible de superar.



"La reforma monetaria, al igual que la electoral, es un tema muy polémico que requiere una voluntad de cambio y de pensar. (...) No llegará fácilmente, ya que los privilegiados por el sistema existente en la actualidad harán todo lo posible para mantener sus ventajas. 

Visto que el dinero es sólo una idea y que en realidad puede ser cualquier cosa que concibamos como tal, presentamos un único sistema monetario para vuestra consideración. Este modelo está basado en sistemas que funcionaron bien en el pasado, sistemas en Inglaterra y EE.UU. que fueron destruidos por los "banqueros Goldsmith" con su sistema de reserva fraccional. 

Para crear una economía basada en dinero libre de interés, puede ser creado y gastado por el gobierno a través de infraestructuras. Este dinero no sería creado como deuda sino como valor, es decir, las infraestructuras que pagaron con ello. Si este nuevo dinero proporciona más comercio requiriendo su uso, no produciría inflación alguna. En el caso de que los gastos gubernamentales sí causaran devaluación o inflación, habría dos vías para resolverlo: la inflación es equivalente a un impuesto plano sobre el dinero, no importa si el valor del dinero se devalúa en un 20% o si el gobierno nos quita con impuestos un 20%, el efecto en nuestro poder adquisitivo es el mismo. De esta manera la inflación, en lugar de impuestos, podría ser políticamente aceptable si es debidamente empleada. El gobierno podría contrarrestar la inflación recaudando impuestos y eliminando este dinero del mercado. Así reduciría el suministro de dinero y restauraría su valor. 

Para controlar la deflación (la caída de precios y sueldos), el gobierno sencillamente gastaría más dinero. Con la ausencia de la creación del dinero de deuda el gobierno tendría más control del suministro de dinero de un país y los ciudadanos sabrían a quiénes serían los culpables. Los gobiernos triunfarían o caerían en virtud de su capacidad para controlar el valor del dinero. Dependerían de los impuestos, como ahora, pero no se emplearían en pagar intereses a los bancos. No podría haber ninguna deuda nacional si el gobierno creara simplemente el dinero que necesita. Nuestro perpetuo servicio a los bancos para el pago de esa deuda dejaría de existir. 

Lo que no nos han enseñado es que "democracia" y "libertad" son de hecho una forma ingeniosa de dictadura económica. Mientras toda la sociedad depende de un suministro de crédito bancario para sus necesidades monetarias, los banqueros serán quienes decidan quién tendrá el dinero que se necesita y quién no.
Cuanto más vivo menos entiendo al ser humano, pero paradójicamente más clara se muestra la condición humana como el corsé al parecer inamovible que evitará que algo mejore sustancialmente. 

Me levanto un día más entre la tónica imperante los últimos meses: recortes, protestas y mares de letras y palabras de economistas, políticos y tertulianos sabelotodo. 

Partamos de una premisa: el ser humano se debate entre la solidaridad hacia el prójimo y el beneficio propio. Es en esa dicotomía donde seguimos instalados en la hipocresía, la estupidez, el inmovilismo o el sectarismo, cuando no todos a la vez. 

Hablemos claro: la crisis era inevitable porque la condición humana lo es, porque es reflejo de nuestra idiosincrasia e instinto. La fiesta se acabó, todos la disfrutamos, y ahora buscamos el culpable que rompió algo o que ensució la alfombra; quizá fue alguien borracho, pero es que había barra libre. Cierto es que al final los que más tienen siguen teniendo más y las clases media y baja pagan el pato, pero dichas clases por aceptación o resignación han alimentado el sistema que les ha provocado su mejor o peor situación. Se llama democracia, su democracia, la que nosotros hemos aceptado sin rechistar.

Ahora todos somos solidarios, justos y indignados, pero cuando había fiesta cada uno se divertía a su modo sin mirar el bosque. Pronto al colilla prendió y "sálvese quien pueda". Ahora vamos de activistas proletarios cuando, no nos engañemos, hemos intentado como buenos humanos trabajar menos y ganar más, pedir créditos para poseer más bienes materiales y velar por los nuestros como se he hecho desde que el hombre es hombre, o sea, mono. Somos, seguimos siendo, milenios después, sectarios y tribales.

Para muestra un botón: loable la actitud de los mineros asturianos en defensa de lo suyo, por supuesto, como buenos humanos, repito. Al menos le echan un par y luchan con lo que haga falta por mantener su situación. Lo fácil es levantar el puño y darles ánimo, pero por debajo de la superficie del buenrrollismo progre, donde todos somos de lo más proletario y de lo más comprometido con la lucha de clases, no dejamos de ser fruto de un sistema que nos ha creado a su imagen y semejanza, con un trastorno bipolar alucinante en el que todos somos muy de izquierdas pero estamos como pez en el agua en un mundo dominado por los mercados y el consumo.

No sé si es que estamos ciegos o preferimos no ver la realidad para no quedar mal ni ser políticamente incorrecto. La minería, como otros sectores, es algo ya insostenible. De los más de 50.000 trabajadores que hubo, ahora sólo quedan unos 4.000, sobreviviendo a golpe de subvención y en pro de la paz social y el voto en la urna. No saben hacer otro cosa, pero no son culpables de ello. El inmovilismo depende de uno pero también se fomenta, y el Estado no ha sabido o no ha querido reformar el sistema productivo de estas u otras zonas y ahora estamos como estamos. Mientras, los mineros pensaban que su mundo era eterno, pero nada lo es. Ahora nos solidarizamos con ellos y ole sus huevos por hacer lo que hacen, pero jalearles es sólo el acto reflejo de lo que nos han enseñado, no la realidad. 

La realidad: es un trabajo durísimo, sí, no es estar en una oficina tecleando, pero todo es relativo, porque ellos al menos tienen trabajo hasta el 2018 por ahora, cobran más de 2.000 euros mensuales, tienen jubilaciones ventajosas y para como está el panorama se pueden considerar privilegiados porque sólo saben hacer eso, por duro que sea. Sin embargo, de los cinco millones de parados y más de un millón sin subsidio nadie se acuerda ni jalea, porque no ponen barricadas ni hacen marchas (quizá deberían hacerlo, como han hecho los mineros asturianos); de la mitad de los jóvenes españoles que no tienen empleo y que sí están preparados para  hacer múltiples tareas de valor añadido con futuro, por ellos nadie sale a la calle, ni ellos mismos, demasiado ocupados en buscar empleo o emigrar, cosa que ni quieren ni les es necesario en las cuencas mineras.

Es predicar en el desierto, no obstante, como siempre, porque mañana amanecerá y todos seguiremos participando de este enorme caos que es esta crisis sistémica, donde los poderosos ya están sentando las bases de un nuevo orden en el que ya no seremos tan protagonistas como en las últimas décadas, pasando de alfiles a meros peones. Como dioses del Olimpo, ven como los simples mortales de abajo seguimos conformándonos con pequeñas dosis de dignidad, sin pasarnos, pero que a la mínima oportunidad nos convertimos en la viva imagen del sistema injusto que en teoría queremos derrocar.

Los mineros han llegado a Madrid. Rajoy y su gobierno siguen con los brutales recortes impuestos por Bruselas. Es más fácil apoyar a unos miles de mineros que ir todos al Parlamento y decir basta de una vez ¿verdad? Es más fácil decir lo que la gente quiere oír en las tertulias que empezar a cambiar esto de verdad. Pero lo primero es guay y te pagan y lo segundo es sucio y peligroso.

Mañana los mineros habrán conseguido una prórroga más de algo insostenible: bravo por ellos, porque van a lo suyo, pero ¿y el resto? Ni se nos ve ni se nos espera. Con ir junto a ellos unas horas ya tenemos el cupo para varios meses.

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(Y todo porque simplemente el flujo de caja en un banco, en vez del 100%, es del 2%, y un día Nixon anunció el fin del patrón-oro. Pero por eso nadie sale a la calle, simplemente porque no nos informamos, no nos interesa o no queremos entenderlo, cuando es la clave de todo esto, la clave de que estemos como estamos. Nadie leerá sobre ello porque es árido y es más fácil discutir si la noticia de los mineros es portada en El País y un breve en ABC o viceversa; es más fácil perder el tiempo entre las chorradas progres y las fachas, las dos caras de la misma moneda. Sigamos así...).