Dicen que con la edad uno se vuelve menos radical, se relativiza todo, se pierde la rebeldía. Quizá, como en muchas cosas, yo voy a contracorriente y mi proceso parece ser el contrario. Lo relativo se suele aplicar a situaciones pero no a conceptos ni forma de ver las cosas. Uno puede tratar las situaciones con relatividad pero bajo parámetros coherentes, es decir, absolutos en el sentido menos radical de la palabra. Antes era idealista con tendencia a lo iluso. Todo esto viene al hilo, como tantas reflexiones mías, de una o varias noticias aparentemente inconexas pero que motivan análisis conjuntos. En este caso me refiero al independentismo y el proceso soberanista catalán, que llena los medios de comunicación y las tertulias, y a una noticia-entrevista que he leído recientemente de una de las mujeres más ricas de España (la mayor entre los menores de 30 años y entre los no herederos de fortuna) gracias a que ganó hace unos años el mayor premio de lotería de la historia.


Mis años en un colegio religioso me dejó innumerables malos recuerdos y experiencias pero también muchas enseñanzas para la vida y una inútil pero agradable cultura general. Pero sin duda la lección o frase que se me quedó más grabada a fuego fue la de un profesor de EGB que siempre nos repetía lo mismo ante el deporte favorito que practicábamos cuando nos tocaba hablar con el profe de turno, la excusa. La frase era muy simple: "Es que..., excusas", precedido normalmente de un "Sr. Esteban". Pues eso. 


Los Héroes del Silencio lo decían y no se equivocaban: la apariencia no es sincera, no. Si alguien está libre de pecado, que tire la primera piedra. En las últimas semanas, a raíz de acontecimientos cotidianos, pasados y presentes, y reflexiones como siempre al calor de una copa o un paseo, te das cuenta de la realidad paralela que nos rodea, de la nula casación de palabras y hechos.

No hay duda de que las sociedades se fundan sobre la confianza mutua, pero también sobre el engaño y la ocultación. Una cosa es compatible con la otra, sobre todo si de no matarnos entre nosotros se trata, o de al menos convivir de manera más o menos civilizada. Si la confianza o el engaño se llevan a extremos, tanto uno como otro llevan al conflicto, aunque el primero tenga un origen aparentemente bueno y el segundo aparentemente nocivo. Un amigo dijo una vez una de las frases más geniales que he oído, compendio de lo que una frase genial debe tener: sabiduría y brevedad, logrando que sean directamente proporcionales para más inri. Dijo esto: la mentira es el pegamento social. Reflexionad sobre ello. Y yo añadiría: y el autoengaño el barniz que lo recubre y "embellece". 

Pero vamos a lo que nos ocupa, porque no voy a hablar de la mentira sino de la apariencia, es decir, de las medias verdades o de las medias mentiras, de la prestirigitación social. Todos y cada uno de nosotros tenemos que mantener las formas, callarse cosas y ocultar otras, minimizar comentarios y fomentar la benevolencia. No obstante todo ello debe regirse por un coherencia general, una constante cosmológica vital que guíe nuestros actos, para bien o para mal, haciendo el bien o haciendo el mal. La incoherencia no es la madre de todos los males,  pero sí el pariente acoplado en el resto de defectos personales o incluso virtudes.

La apariencia y la incoherencia suelen ir de la mano. En nuestra vida cotidiana, en la política, en la economía, en el trabajo... En todos los órdenes aparecen en mayor o menor medida estas constantes. Sólo el amor y el odio puro pueden vetar estos a veces necesarios, a veces crueles invitados, y no siempre. Cuanto más intentamos serlo a veces menos lo somos, porque vivimos en una sociedad donde la improvisación, el nadar y guardar la ropa y la contradicción están a la orden del día. 

Quizá, sólo quizá por eso, nos equivocamos tanto, nos inunda tanta crisis, nos agobian tantos problemas, nos quejamos de tantas cosas, nos culpamos de tantos actos, culpamos de tanto a tantos y nos engañamos tanto, nos empeñamos en equivocarnos tanto y nos autoengañamos tanto. Quizá, sólo quizá por eso, no tengamos derecho a exigir tanto ni lamentarnos por tanto. 
"Para ser alguien que nunca estuvo hecho a la medida de este mundo, debo confesar que me está resultando difícil abandonarlo; claro que dicen que cada átomo de nuestro cuerpo formó parte alguna vez de una estrella. Quizás no me esté marchando, quizás esté yendo a casa."

Fotograma de Gattaca
Sabéis que hablar de cine y relacionarlo con la vida "real" es mi deporte favorito. Anoche me fui a la cama con la paz y a la vez la inquietud de haber vuelto a disfrutar de una obra de arte de la ¿ciencia-ficción? y de sus planteamientos. La paz ante la contemplación del arte y la inquietud y esperanza ante lo que expresa. Gattaca (Andrew Niccol) es una de esas películas más redondas a cada visionado, que te atrapa por su elegante y sobria puesta en escena y por la fuerza de sus personajes y trama. No hay naves, ni rayos láser, ni bichos ni coches futuristas. El mañana es frío, aséptico, y los que habitan en él son válidos o no-válidos en virtud de su calidad genética, en virtud de si fueron creados por un acto humano de amor-sexo o artificialmente, sin tara alguna en su código. Los ojos de este fotograma contemplan el destino forjado por sí mismo, atisban la inmensidad de un viaje que fue largo desde su nacimiento y que lo será ahora físicamente hacia la luna Titán (planeta y nombre no elegidos al azar). 

Las cualidades innatas frente a la fuerza de la voluntad. La identidad real frente a la impostada, que sin embargo se torna más auténtica. La paradoja de quien es válido no puede valerse por si mismo ni alcanzar metas, y quien no lo es tiene la impagable arma del valor, la adaptación y la voluntad. Uno y otro se tornan uno solo y a la vez antagonistas, en un cambio de roles que paradójicamente es el mismo, con opuestas y a la vez iguales metas: llegar a su destino deseado o a su final inevitable. Todo ello resumido en una escena final magistral, impresionante y casi lírica:




Y en parte gracias a la emocionante banda sonora de Michael Nyman:


A veces vemos tan lejos nuestras metas y anhelos que pensamos que deberíamos ser otro, alguien mejor, distinto, para alcanzarlas. El mundo actual todavía no se rige por el control genético, quizá al fin y al cabo desgraciadamente, viendo el control en el resto de ámbitos socio-económicos, políticos, morales, religiosos... Quizá la genética al menos tenga la potestad de su inmaculado e incontestable origen, de su dictadura natural. Los personajes de la película no luchan contra la genética, sino contra otros hombres, aquellos que tienen privilegios pre-establecidos, los que pueden forjar su destino porque su destino inicial, su estatus, ya fue prefijado. Los protagonistas luchan por ser libres, por demostrar lo que son o lo que valen sin aditamentos pero de manera clandestina. 

Gattaca nos enseña muchas cosas, no sólo cómo hacer un film magistral. Nos enseña a analizar la génesis de la condición humana, sea más o menos artificial, más o menos pre-creada. La voluntad vence a la "cuna", pero también necesita de esa tecnología y genética, de esos fluidos que a la vez les delata y les cubre de su condición. La escena recurrente de la carrera a nado en mar abierto entre hermanos, uno válido y el otro no-válido, resume perfectamente la base de la historia. El "imperfecto" siempre vence; su hermano le pregunta cómo lo hace. Él responde: "Nunca me reservé nada para la vuelta". 


Fotograma de Gattaca. Esa escalera como metáfora genética.
Su vigencia y frescura es total e incluso mayor a medida que  pasan los años y nos acercamos al futuro que narra, al presente ya posible. La genética se impondrá y quizá se deberá imponer para atajar los males generales, pero la calidad individual, la voluntad y el coraje propio no deberán ser nunca cercenados si queremos un mundo justo y lógico. Los protagonistas ceden y a la vez se apropian de sus destinos, girando alrededor de lo establecido e inevitable, de esa fuerza superior (como orbita Titán alrededor de Saturno, atado pero a la vez independiente, siendo no por casualidad la única luna del Sistema Solar con una atmósfera importante), la estación final que Vincent, el protagonista, logra alcanzar por sus medios, alejándose de un mundo que nunca ha sido el suyo.
Hoy, comenzado ya 2013 y dejado atrás el fatídico a nivel personal 2012 (aunque con cosas muy buenas también) y leyendo como cada día las noticias y blogs, me he topado con un párrafo del último artículo de Juan Manuel de Prada que resume perfectamente pensamiento y objetivos:

"La única vida nueva posible, la única que disfruta verdaderamente de la incesante novedad del mundo, es la que no se deja encarcelar por ideas o patrones, la que acepta la vida como le es dada. El idealismo es la cárcel y la sepultura de la vida, aunque para embaucarnos nos presente una vida imaginaria más lustrosa y apetecible; pues nos obliga a aspirar a vidas que no son la nuestra, vidas que no son verdaderas. Solo el realismo nos permite vivir con ilusión: porque nos obliga a aceptar la vida como viene; y todo lo que viene se convierte entonces en una fuente constante de novedad. A veces, en esa novedad descubriremos sorpresa y júbilo; a veces dolor y desencanto. Pero la sorpresa y el júbilo serán plenos, porque son regalos inesperados; y el dolor y el desencanto no serán esterilizantes, sino que aquilatarán nuestro carácter.

A este año que ahora empieza uno solo le pide una vida verdaderamente nueva, sin propósitos idealistas o ilusorios. Una vida realista."
Cada año nos proponemos nuevas metas, propósitos, enmiendas, retos o mejoras, sin darnos cuenta de que la noche del 31 de Diciembre no es un abismo que separa un año de otro y en el que tras superar la resaca emprendemos un nuevo viaje cargado de ilusiones y novedades. Que al despertar seguimos siendo los mismos, con nuestros mismos problemas, miedos, ilusiones, certezas e incertidumbres; que seguimos amando, echando de menos o reprochando a las mismas personas. Que cualquier cambio, plan u objetivo no se realiza de la noche a la mañana sino que es algo paulatino, basado en la perseverancia, la ilusión y el convencimiento. 
No obstante, son tiempos difíciles para ello. Son tiempos de supervivencia, de trinchera, no  de asalto, de nadar y guardar la ropa; son tiempos caóticos, hipersociales a ratos, solitarios a otros; son tiempos de contradicciones y de sentimientos desmesurados o tibios.
Debemos ser conscientes de que otro año más seguiremos con la crisis en todos los ámbitos; debemos comprender y aceptar que son tiempos de cambio total, de nuevas mentalidades, si es que de verdad queremos a título personal y general avanzar; debemos dejarnos de excusas y aceptar nuestra responsabilidad y culpa, y si culpamos con razón, debemos tener el coraje de exigir reparos como se ha hecho de toda la vida, sin medias tintas. 
La justicia, el bienestar, la razón y la lógica tienen un precio. Nuestro bienestar personal y anhelos también. A veces unos y otros no son compatibles, pero lo que es indiscutible es que unos y otros requieren de voluntad, de realismo optimista y de optimismo realista. Si no, siempre nos quedará el caos y el azar.