Sabéis lo que me encanta el cine en sí, sobre todo como vehículo para expresar ideas y analizar la realidad. Nada como una buena ficción para ver lo que de verdad pasa en la vida real. Al hilo de lo que escribió un amigo como respuesta a uno de mis mails de intercambio de opiniones (en este caso acerca de esta noticia que ha impactado tanto y que merecería también tratarla aparte), me dispuse a revisionar de nuevo la magnífica La red social.


Aparentemente no tiene nada que ver un tema con otro, pero en este mundo interconectado pero disgregado y caótico a la vez encuentro que tiene todo el sentido citarles en este post. Con su permiso, claro, reproduzco su respuesta, al tiempo que suscribo casi sin matices lo que él expone: 

"Qué pena, de verdad, pero no sólo en Ikea. La gente va rebuscando lugares donde comer y beber cada vez más barato, aunque el artículo se refiere a personas en situaciones extremas (o sea, gente con hipoteca e hijos que creyó poder mantenerlos a base de trabajar... ¡por favor!..., ¡qué atrevimiento!). Éstas no son las únicas.
 
La otra cara (por otro lado consecuencia lógica de ver lo que les ocurre a los del párrafo anterior...) es la mentalidad que existe entre la gente joven y no tan joven enfocada hacia un "perroflautismo" suave, basado en trabajar más bien poco y gastar lo mínimo para poder utilizar los recursos en otras cosas más interesantes, como seguir manteniendo la pose, aparentando ser moderados (por decir algo suave...), seguros de sí mismos, dinámicos (vaya usted a saber lo que quiere decir esa palabra...), con una educación cosmopolita (¿?) y sobre todo muy europeos (algo con cierto parecido hicieron los hidalgos en España en su tiempo, aunque por motivos distintos...).
 
Esto es lo realmente grave en este país de cara al futuro tras muchos años de organización política insostenible, planes educativos deleznables, permisividad, telemierda, marketing salvaje, especulación, etc. Se ha conseguido que hasta gente con cierta educación piense que trabajar, aprender un oficio, buscar hacer las cosas bien, tener unos principios y partirte la cara por algo si hace falta, pensar en tener familia, sacrificarse, valorar las cosas y las personas por el fondo en vez de por la forma, carece totalmente de sentido.
 
Han destruido la ilusión por las cosas bien hechas día a día y paso a paso, por el progreso constante a base de inteligencia y esfuerzo, vendiendo la idea del mínimo esfuerzo y máximo beneficio. Hoy por hoy todo el mundo va de listo por la vida y así suele irle a la mayoría.
 
Es mejor ser todo carcasa y tener muchos seguidores en Twitter (no me extraña que triunfen las redes sociales, para estos menesteres son perfectas...). Mejor parecer que ser (requiere menos esfuerzo y viste más). Mejor ciclarse e intentar que te acepten en Gandía Shore aunque seas bajito y pases de los cuarenta, o apuntarse a cualquier "fregao" especulativo para vender cualquier cosa a quien sea de la manera que sea.
 
El problema, claro, es que todo esto suele ser mejor sólo para algunos y normalmente a corto plazo, no es ni de lejos un modelo productivo y social sostenible a medio o largo plazo.
 
He aquí lo que realmente está hundiendo este país, aunque sea duro que muchos nos veamos reflejados y lo aceptemos. A ver si la crisis consigue que haya algún cambio al respecto, de mentalidad, político o ambos."


Pues tras ver al "pobre" Zuckerberg refrescando una y otra vez su perfil de Facebook para ver si le había agregado como amigo su antigua novia... No voy a contar los entresijos de la trama ni valoraré si hay licencias en la narración de cómo fundó lo que ya forma parte de la vida de decenas de millones de personas (aunque supongo que si el propio Zuckerberg le disgustó la película, habrá mucha verdad en ella). Pero al margen de ello, el film expresa perfectamente lo suscrito arriba pero también toda al intrahistoria. Principio y final cierran un círculo que engloba el retrato-robot de la sociedad actual, la gestada en la última década, todo lo poco bueno y lo mucho malo: genios de la informática que crean start-ups convertidas en imperios, muchas de ellas como refleja La red social fruto de la frustración social y el deseo de pertenecer a algo que en el fondo no deseas pero sin lo que aparentemente no puedes vivir; traiciones "legales", intimidad, apariencia, autoría de ideas... Grandes dotes intelectuales y técnicas aparentemente desaprovechadas pero que no hacen sino crear el reflejo de sus propias vidas y anhelos, de sus traumas y sus frustraciones, que son las nuestras y que sólo nos diferencian en que lo han canalizado en algo millonario mientras nosotros hacemos uso de ello para navegar en las turbias aguas de los nuevos tiempos. 

Las redes sociales no son culpables de nada, sólo el reflejo de toda nuestra culpabilidad, aunque mucho o poco, todos o algunos, las usemos para otros fines positivos y/o prácticos. Al final de la película Zuckerberg había "unido" a más de un millón de personas, pero no tenía un sólo amigo "real". Es cierto que el orden natural de las cosas indica que estas redes se crean por necesidad e inercia, porque cada vez nuestras vidas giran más en torno a la Red, que hay cosas muy positivas, oportunidades, ventajas y posibilidades, pero no es menos cierto que nos han dado alas para sobrevolar todo el bosque pero no hemos vuelto a bajar a él y volver a pasear por sus senderos ni sentarse a la sombra de alguno de sus árboles. 

Quizá no se entienda la relación, quizá sean sólo elucubraciones, quizá sea todo fruto de la excesiva información que tenemos y queremos transmitir. Los que hayáis visto la película, no obstante, tras leer estas líneas mías y las de mi amigo, comprenderéis mejor y no se necesitarían mayores reflexiones... o sí. 
Como era de esperar en este país débil y debilitado, ahora es el turno de los nacionalismos y de las derivas independentistas, siempre latentes en vacas gordas, siempre "oportunas" y oportunistas en vacas flacas.

Un nuevo frente se abre en la actualidad y en las tertulias. Nacionalismo, independentismo, regionalismo, localismo... gañanismo, llamadlo como queráis. Una vez más, sin que sirva de precedente, no me posiciono claramente, no ya porque no considere tales "sentimientos" arcaicos, absurdos o antediluvianos. Sencillamente porque como con casi todo, en esto también la lógica no alcanza a remontar las altas cumbres de la condición humana.


Yo soy el primero que he saltado y gritado viendo ganar a España, que he sentido orgullo ante un compatriota o que me he alegrado de ver a un paisano paseando por las calles de Copenhague, Londres o Estambul. Escuchar la lengua común provoca en ti un sentimiento de pertenencia a algo difícil de obviar. 

Somos gregarios y tribales. La política, las cantinas y bares y las tertulias han hecho el resto. No voy a juzgar el nacionalismo catalán, vasco o de Québec, sencillamente porque no sé cómo sería yo de haber nacido allí. Intento usar la cabeza y llego a la conclusión, y con el paso de los años incluso siento, que todos son estúpidos, que debería no haber fronteras salvo las de uno mismo, tu dignidad, libertad y responsabilidad. Me da risa y pena a la vez ver a rapados con el brazo en alto, individuos con pasamontaña y cócteles Molotov o gafapastas intelectualoides con la senyera. Son nada más y nada menos que símbolos que separan, excusas para fardar, segregar, superar frustraciones o pertenecer a un colectivo sin más. No comprendo el "no puedo vivir sin mi pueblo" o "mi .... es lo mejor". 

Me importan un bledo las discusiones políticas, las razones o no que unos u otros tengan. A unos y otros puedo comprender, porque me da igual de grima el del pin con el purito y la corrida de José Tomás que el que no ve más allá de un castellet o un aurresku. Lo que cuenta es lo nada que hemos evolucionado. Criticamos los nacionalismos pero todos lo somos de una u otra manera. Todos somos fieles a un colectivo, todos defendemos algo a ultranza, sin analizar, se tenga o no razón; todos abrazamos la fanática bandera de una pareja, familia, grupo de amigos... Somos la primera generación que (por ahora) no hemos pasado por hambrunas, guerras o cualquier otra situación verdaderamente límite. Nos la damos de justos, ecuánimes, reflexivos, tolerantes y analíticos pero la mayoría quizá mataríamos por esto o aquello, cometeríamos atrocidades en nombre de tal o cual idea. Nos rasgamos las vestiduras ante la posición de un gobierno central o la de un nacionalismo periférico pero a diario, durante toda nuestra vida, seremos ultranacionalistas de nuestro status, nuestras posesiones, de los nuestros y de lo nuestro. Somos homínidos. Todavía.

Por eso miro a mi alrededor. Por eso me miro a mí mismo y pienso el grado de estupidez del ser humano. Me tengo que callar porque mañana quizá defenderé con uñas y dientes a mi ciudad, mi pueblo, mi equipo de fútbol, a un familiar o a un amigo, a un compañero de mus o a un vecino que me arregla el ordenador. Qué más da. Lo único verdadero es que nos posicionamos y nos fanatizamos fácilmente, con argumentos más o menos sólidos. La única verdad es que todos llevamos un nacionalista dentro, un separatista, un excluyente, porque vivimos y morimos en un entorno cerrado aunque aparentemente abierto, con unas normas, convencionalismos; con unos criterios y unas compañías de características comunes; con unos intereses y visión particulares. 

No sé si será justo o no que Cataluña o Euskadi acaben separándose. Cada uno tiene derecho a estar donde quiere y cómo quiere y cada uno debe cumplir unas normas si quiere estar en una determinada colectividad. Me parece estúpido y asqueroso a la vez, sobre todo porque sesga vidas o cuando menos convierte todo en una tablero hipócrita de política e intereses, de falsos sentimientos y fanatismos gañanes

Qué hacer. Por mi parte me gustaría que no hubiera fronteras pero es utópico. Sin embargo hoy aplaudiré que gane España su partido, pero en motos siempre iré con Rossi. Tengo mi límite patriótico muy bajo pero no es mejor ni peor que el de otro que lo tenga alto, y quizá en un futuro volverá a ser alto, porque mis reacciones y las de él serán básicamente irracionales. Somos teóricamente bondadosos pero nos gusta y apoyamos muchas veces al malo de la película, porque va contra lo establecido, aquello que en el ámbito real defendemos. Así que que el río siga su curso y las banderas ondeen... A media asta, pero que ondeen, ¿verdad?
Siempre pienso sobre qué voy a escribir en este blog. En esta ocasión he mirado el espacio en blanco y he empezado a hacerlo. La vida es aquello que te pasa mientras te empeñas en hacer planes. En los momentos duros que te toca vivir es cuando te das cuenta de lo verdaderamente importante en la vida, aunque suene a cliché. 

Hoy no voy a hablar de crisis, ni de tecnologías de futuro, ni de economía, ni de formas de mejorar el sistema. Simplemente porque a veces y en el fondo dan igual, porque el ser humano es como es y no se puede hacer nada por cambiarlo salvo vivir bien tu vida y hacerla llevadera a los que te rodean, a tus seres queridos. 

Nos preocupamos -y yo el primero- de primas de riesgo, de lo mal que está la cosa, de divertirnos en tal o cual sitio, de condenar, apoyar o ignorar tal o cual situación. Nos creemos en cierto modo inmortales y pensamos que cualquier tiempo pasado fue peor. 

A veces, sólo en los momentos duros, si -quizá- nos damos cuenta de que los números en una pantalla, la apariencia o lo material importan un carajo cuando tengas que rendir cuentas o hacer balance. Que nada de eso pasará ante ti ni nada de eso ocupará tu anciana mente cuando tengas todo el tiempo del mundo para rememorar lo bonito o asqueroso de la vida. 

Mañana, pasado, en una semana, un mes o un año volveré a sentirme bien de nuevo, volveré a preocuparme de una apariencia, una fiesta, unos números en una pantalla o una noticia sobre la crisis que hay y que se nos viene aún. Pero echaré la vista atrás, pensaré en lo que éramos y nuestros padres eran, en lo que nos dieron y cómo vivían, con sus virtudes y miserias, y me/nos tendremos que callar la boca y afrontar las pequeñas cosas que dan sentido a nuestra vida y los lazos familiares, de amor o de amistad que te hacen partícipe de algo que es indefinible. 

Volveré a ser cínico, quejica, bufón o denunciador, pero sabré o debería saber lo que importa y luchar por ello.
El lunes asistí encantado al cierre de la fascinante trilogía que ha creado Christopher Nolan sobre Batman. Se podrá ser más fan o menos de su visión del superhéroe, pero casi todos coinciden en su planteamiento actual y acorde a los tiempos que nos ha tocado vivir. 





Quizá sea exagerado, pero aparte de la saga de El Padrino y de El Señor de los Anillos, no veo otra trilogía tan redonda y que refleje tan bien la condición humana y los valores e intereses por los que nos regimos

No contaré nada de ésta o de las anteriores pero sí que al salir del cine, como siempre hago y si la película ha merecido tal costumbre, le doy vueltas y saco conclusiones de la lectura entre líneas que todo buena película que se precie tiene.

El cómic nos puede parecer un mero entretenimiento para niños, adolescentes y mentes frikis, pero en muchos, y centrándome en Batman, encontramos una mirada más real del mundo de lo que muchos libros o films consciente o inconscientemente realistas nos puede ofrecer. La trilogía de Nolan, su interpretación de los cómics, captura la intención de análisis del hombre y su vida en sociedad. La distorsión y exageración de la realidad a veces puede reflejar más realismo que cualquier espejo perfectamente pulido. 

Su visión de este héroe tan humano y su entorno encierra todos los temores, peligros e incertidumbres a los que nos enfrentamos hoy en día. Los buenos se equivocan y rompen códigos para hacer supuestamente lo correcto y los malos realizan actos que en ocasiones el espectador puede posicionarse a favor. Porque la bondad y maldad aquí es tan relativa como la falsa seguridad de los actos que provocan. Porque los malos, sobre todo en esta última entrega, lo son por motivos que se antojan "lógicos", por lucha y sufrimiento, mientras que la bondad parece derivar de la comodidad y lo establecido como correcto. 

Luchas de poder en consejos de administración, ataque bursátil, rebelión, terrorismo, control, venganza, duda, infancias rotas... Y una ciudad oscura, caótica y temerosa, una ciudad inventada pero en la que cualquiera de las grandes ciudades del mundo se puede ver reflejada. El caos y la destrucción como posible solución catárquica, como medida desesperada para vengar sufrimientos pasados pero también para poner en práctica nuevos modelos de sometimiento que al final derivan en sustituir unos "malos" por otros. En un mundo que ha perdido el rumbo y la esperanza, donde sólo queda la lucha entre contrarios y no la entente entre próximos; donde queda el radicalismo desesperado y la desesperación radical de un mundo perdido, de un ser humano devastado como ente y como ser social.

Sales del cine y te das cuenta que ese mundo de cómic es reflejo y análisis de lo que está  pasando. Se encienden las luces y reparas en que has asistido a una representación decadente y oscura de la realidad. 
El menor de los males sería volver al patrón oro, pero revisionando el documental Dinero es deuda (al que dediqué una entrada aquí y que os vuelvo a recomendar encarecidamente), explica muy bien lo sencillo que sería todo si se usara la lógica y la equidad (sí, el "esto es imposible" o "demasiado sencillo para llevarse a cabo" ya lo tengo de antemano). Transcribo la parte donde, tras explicar cómo surgió el dinero, los bancos, la deuda y el sistema actual, nos da una solución plausible que por sencilla no es utópica, sólo que nos han vendido algo que con el paso de las décadas parece imposible de superar.



"La reforma monetaria, al igual que la electoral, es un tema muy polémico que requiere una voluntad de cambio y de pensar. (...) No llegará fácilmente, ya que los privilegiados por el sistema existente en la actualidad harán todo lo posible para mantener sus ventajas. 

Visto que el dinero es sólo una idea y que en realidad puede ser cualquier cosa que concibamos como tal, presentamos un único sistema monetario para vuestra consideración. Este modelo está basado en sistemas que funcionaron bien en el pasado, sistemas en Inglaterra y EE.UU. que fueron destruidos por los "banqueros Goldsmith" con su sistema de reserva fraccional. 

Para crear una economía basada en dinero libre de interés, puede ser creado y gastado por el gobierno a través de infraestructuras. Este dinero no sería creado como deuda sino como valor, es decir, las infraestructuras que pagaron con ello. Si este nuevo dinero proporciona más comercio requiriendo su uso, no produciría inflación alguna. En el caso de que los gastos gubernamentales sí causaran devaluación o inflación, habría dos vías para resolverlo: la inflación es equivalente a un impuesto plano sobre el dinero, no importa si el valor del dinero se devalúa en un 20% o si el gobierno nos quita con impuestos un 20%, el efecto en nuestro poder adquisitivo es el mismo. De esta manera la inflación, en lugar de impuestos, podría ser políticamente aceptable si es debidamente empleada. El gobierno podría contrarrestar la inflación recaudando impuestos y eliminando este dinero del mercado. Así reduciría el suministro de dinero y restauraría su valor. 

Para controlar la deflación (la caída de precios y sueldos), el gobierno sencillamente gastaría más dinero. Con la ausencia de la creación del dinero de deuda el gobierno tendría más control del suministro de dinero de un país y los ciudadanos sabrían a quiénes serían los culpables. Los gobiernos triunfarían o caerían en virtud de su capacidad para controlar el valor del dinero. Dependerían de los impuestos, como ahora, pero no se emplearían en pagar intereses a los bancos. No podría haber ninguna deuda nacional si el gobierno creara simplemente el dinero que necesita. Nuestro perpetuo servicio a los bancos para el pago de esa deuda dejaría de existir. 

Lo que no nos han enseñado es que "democracia" y "libertad" son de hecho una forma ingeniosa de dictadura económica. Mientras toda la sociedad depende de un suministro de crédito bancario para sus necesidades monetarias, los banqueros serán quienes decidan quién tendrá el dinero que se necesita y quién no.
Cuanto más vivo menos entiendo al ser humano, pero paradójicamente más clara se muestra la condición humana como el corsé al parecer inamovible que evitará que algo mejore sustancialmente. 

Me levanto un día más entre la tónica imperante los últimos meses: recortes, protestas y mares de letras y palabras de economistas, políticos y tertulianos sabelotodo. 

Partamos de una premisa: el ser humano se debate entre la solidaridad hacia el prójimo y el beneficio propio. Es en esa dicotomía donde seguimos instalados en la hipocresía, la estupidez, el inmovilismo o el sectarismo, cuando no todos a la vez. 

Hablemos claro: la crisis era inevitable porque la condición humana lo es, porque es reflejo de nuestra idiosincrasia e instinto. La fiesta se acabó, todos la disfrutamos, y ahora buscamos el culpable que rompió algo o que ensució la alfombra; quizá fue alguien borracho, pero es que había barra libre. Cierto es que al final los que más tienen siguen teniendo más y las clases media y baja pagan el pato, pero dichas clases por aceptación o resignación han alimentado el sistema que les ha provocado su mejor o peor situación. Se llama democracia, su democracia, la que nosotros hemos aceptado sin rechistar.

Ahora todos somos solidarios, justos y indignados, pero cuando había fiesta cada uno se divertía a su modo sin mirar el bosque. Pronto al colilla prendió y "sálvese quien pueda". Ahora vamos de activistas proletarios cuando, no nos engañemos, hemos intentado como buenos humanos trabajar menos y ganar más, pedir créditos para poseer más bienes materiales y velar por los nuestros como se he hecho desde que el hombre es hombre, o sea, mono. Somos, seguimos siendo, milenios después, sectarios y tribales.

Para muestra un botón: loable la actitud de los mineros asturianos en defensa de lo suyo, por supuesto, como buenos humanos, repito. Al menos le echan un par y luchan con lo que haga falta por mantener su situación. Lo fácil es levantar el puño y darles ánimo, pero por debajo de la superficie del buenrrollismo progre, donde todos somos de lo más proletario y de lo más comprometido con la lucha de clases, no dejamos de ser fruto de un sistema que nos ha creado a su imagen y semejanza, con un trastorno bipolar alucinante en el que todos somos muy de izquierdas pero estamos como pez en el agua en un mundo dominado por los mercados y el consumo.

No sé si es que estamos ciegos o preferimos no ver la realidad para no quedar mal ni ser políticamente incorrecto. La minería, como otros sectores, es algo ya insostenible. De los más de 50.000 trabajadores que hubo, ahora sólo quedan unos 4.000, sobreviviendo a golpe de subvención y en pro de la paz social y el voto en la urna. No saben hacer otro cosa, pero no son culpables de ello. El inmovilismo depende de uno pero también se fomenta, y el Estado no ha sabido o no ha querido reformar el sistema productivo de estas u otras zonas y ahora estamos como estamos. Mientras, los mineros pensaban que su mundo era eterno, pero nada lo es. Ahora nos solidarizamos con ellos y ole sus huevos por hacer lo que hacen, pero jalearles es sólo el acto reflejo de lo que nos han enseñado, no la realidad. 

La realidad: es un trabajo durísimo, sí, no es estar en una oficina tecleando, pero todo es relativo, porque ellos al menos tienen trabajo hasta el 2018 por ahora, cobran más de 2.000 euros mensuales, tienen jubilaciones ventajosas y para como está el panorama se pueden considerar privilegiados porque sólo saben hacer eso, por duro que sea. Sin embargo, de los cinco millones de parados y más de un millón sin subsidio nadie se acuerda ni jalea, porque no ponen barricadas ni hacen marchas (quizá deberían hacerlo, como han hecho los mineros asturianos); de la mitad de los jóvenes españoles que no tienen empleo y que sí están preparados para  hacer múltiples tareas de valor añadido con futuro, por ellos nadie sale a la calle, ni ellos mismos, demasiado ocupados en buscar empleo o emigrar, cosa que ni quieren ni les es necesario en las cuencas mineras.

Es predicar en el desierto, no obstante, como siempre, porque mañana amanecerá y todos seguiremos participando de este enorme caos que es esta crisis sistémica, donde los poderosos ya están sentando las bases de un nuevo orden en el que ya no seremos tan protagonistas como en las últimas décadas, pasando de alfiles a meros peones. Como dioses del Olimpo, ven como los simples mortales de abajo seguimos conformándonos con pequeñas dosis de dignidad, sin pasarnos, pero que a la mínima oportunidad nos convertimos en la viva imagen del sistema injusto que en teoría queremos derrocar.

Los mineros han llegado a Madrid. Rajoy y su gobierno siguen con los brutales recortes impuestos por Bruselas. Es más fácil apoyar a unos miles de mineros que ir todos al Parlamento y decir basta de una vez ¿verdad? Es más fácil decir lo que la gente quiere oír en las tertulias que empezar a cambiar esto de verdad. Pero lo primero es guay y te pagan y lo segundo es sucio y peligroso.

Mañana los mineros habrán conseguido una prórroga más de algo insostenible: bravo por ellos, porque van a lo suyo, pero ¿y el resto? Ni se nos ve ni se nos espera. Con ir junto a ellos unas horas ya tenemos el cupo para varios meses.

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(Y todo porque simplemente el flujo de caja en un banco, en vez del 100%, es del 2%, y un día Nixon anunció el fin del patrón-oro. Pero por eso nadie sale a la calle, simplemente porque no nos informamos, no nos interesa o no queremos entenderlo, cuando es la clave de todo esto, la clave de que estemos como estamos. Nadie leerá sobre ello porque es árido y es más fácil discutir si la noticia de los mineros es portada en El País y un breve en ABC o viceversa; es más fácil perder el tiempo entre las chorradas progres y las fachas, las dos caras de la misma moneda. Sigamos así...).
Hace unos días repusieron una de mis películas favoritas, de esas que, aparte de estar impecablemente rodadas, te llegan a la fibra y te hacen reflexionar sobre la condición humana y los misterios de nuestras actitudes y reacciones.



Lo que queda del día, basada en una novela de Kazuo Ishiguro. Hay una escena (no contaré su importancia o lugar en el metraje por si alguno no la habéis visto), que me llega especialmente y retrata a la perfección la situación de ese mayordomo recto, impasible y atormentado al que da vida Anthony Hopkins: una paloma se cuela en una de las estancias de la villa y entre él y su señor logran espantarla y sacarla fuera. El sirviente cierra el ventanal y un plano cenital se aleja de la casa. Una escena aparentemente sencilla y banal pero que encierra todo el meollo del asunto.

Para los que habéis disfrutado de la película, la metáfora visual cobra todo su significado. La casa como jaula de sus sentimientos y de su vida dedicada a servir; la libertad de decisión, el destino personal, el libre albedrío; el de un hombre enamorado del ama de llaves que jamás osará mostrarlo. No hay mejor marco para retratar todo ello que la Inglaterra de principios del siglo XX, donde este mayordomo representa el fin de una casta y a la vez el fin de una época victoriana e imperial que está a punto de tornarse en años convulsos de guerras y cambios.

Aún hoy, a principios del siglo XXI, el universo y forma de ser de esa época y de ese sirviente se me antojan actuales. Se sigue primando la rectitud mal entendida y el control de tu destino a través de la educación, el ambiente familiar y los convencionalismos sociales. La revolución tecnológica, de la información y de las redes sociales no han hecho sino mitigar esos efectos, pero crear otros. 

Todos tenemos o hemos tenido nuestra jaula, donde una paloma se ha asomado para mostrarnos la libertad de lo sencillo. Todos somos o hemos sido sirvientes de amos o señores que mantienen su status mientras tú mantienes tu condición. Millones de personas a lo largo de la historia, y lo que queda, han vivido dentro de su aparentemente inamovible situación y han provocado su nula capacidad para afrontar sentimientos positivos o encontrados, convirtiéndose en sirvientes de su amo pero sobre todo de su propio espíritu.

En estos tiempos tan convulsos os invito a que disfrutéis esta película o la revisionéis con los ojos de lo actual pero también de lo antiguamente establecido. El autor de la novela lo hace muy bien, conocedor a partes iguales de las costumbres de su país de adopción y de su país natal, Japón, cunas ambos de las más arraigadas e inamovibles tradiciones y convencionalismos sociales. 

Al final del film os entrarán muchas ganas de vivir al máximo lo que queda del día
Civilización Tipo I será ahora mi gabinete personal, El gabinete del doctorchandra.

Por motivos personales y laborales este blog no ha estado todo lo atendido que yo hubiera querido. Desde que lo creé he querido que fuera una plataforma personal para tratar temas que me interesan y motivan a partes iguales, pero siempre desde la perspectiva del futuro y de alcanzar una sociedad lógica y justa. A nadie se le escapa que los acontecimientos van más en la dirección de La naranja mecánica que de 2001, ambas visionarias obras de Kubrick

El presente es ya tan incierto como el futuro. El futuro es ya tan desalentador como lo fue el pasado. El cambio de nombre no significa que no vaya a seguir hablando de los temas que han marcado el devenir de este blog, ni sea una señal de abandono de pretensiones o pesimismo. Simplemente es cuestión de ampliar horizontes, escribir sobre más inquietudes (libros, viajes, música, deporte...), más personales también o más ligeras incluso, sin abandonar por supuesto las temáticas que he tratado hasta ahora.

Espero que esta nueva andadura sea de vuestro agrado y participéis en ella mediante la suscripción, la participación o ambas a la vez. Y si no al menos que la lectura sea productiva para la mente y el espíritu y, al hilo de la frase que encabeza este blog, os hagan pensar. 
La crisis desatada con Argentina a raíz de caso YPF pone de manifiesto la casi total dependencia de España en la materia más vital: la energía. Y todo ello desde el prisma meramente económico-estratégico, porque si vamos más allá veremos que esta dependencia energética también supone un alto precio moral al apoyar a sociedades, regímenes y países que no se caracterizan precisamente por un alto grado democrático, respeto por los derechos humanos o desarrollo social.


Hemos tratado aquí una y otra vez la crisis en su diferentes vertientes, un tema recurrente y obvio en un foro como este que defiende por activa y por pasiva el cambio a otro modelo, el avance hacia una sociedad verdaderamente desarrollada y civilizada, hacia un sistema sostenible, eficaz y eficiente. Actualmente, como era de esperar, la crisis no sólo sigue sino que se agudiza. Matemáticas más condición humana hacían muy difícil que no pasara lo que ha pasado y está pasando.

España ha perdido casi todo el peso político y económico tras las vacas gordas del ladrillo. El futuro que nos aguarda es duro, muy duro, y deberíamos tomar ejemplo en parte de Argentina, es decir, gestionar tus propios recursos y crear un tejido productivo sólido. Ya sé que suena antipatriótico, pero este blog no está hecho para demagogias, conceptos caducos o medias tintas. Y ya sé también que no es oro negro todo lo que reluce en el país sudamericano, sino que detrás hay intereses oscuros, tráfico de influencias y corrupción. 

¿Por qué esta decisión del gobierno de Kirchner? La respuesta es Vaca Muerta, un gigantesco maná de hidrocarburos. Con una adecuada gestión y una inversión suficiente, Argentina logrará ser energéticamente independiente, algo vital para el mundo que se avecina. Y es que hasta ahora la Argentina es uno de los pocos países productores de petróleo que no tiene o tenía aún una compañía estatal hegemónica. 

Debemos empezar a dejar de practicar el tan nacional deporte de la queja, el patriotismo mal entendido y la lamentación continua. España es uno de los países del mundo más dependientes del exterior en materia de energía. Desde los años 80 la cuota de dependencia (que fluctúa alrededor del 75%), no ha variado apenas. 

El primer paso para comenzar a reflotar esto es crear políticas y medidas económicas que tiendan a reducir esa dependencia, como va a hacer Argentina. Hay que apostar por las nuevas energías y crear un tejido productivo que progresivamente cambie el modelo energético y viceversa; si no, seguiremos siendo esclavos de los hidrocarburos y de los problemáticos países que lo producen y exportan, y lo que es más, seguiremos teniendo una balanza insostenible desde el punto de vista financiero. 

¿Posibles opciones? Varias. Por ejemplo una de la que hablaremos en un futuro post: se llama grafemo, y es el futuro. Se obtiene a partir del carbón, algo con lo que España sí puede competir. Es más, se puede conseguir grafemo a partir de grafito natural, y las minas españolas son ricas en este mineral, ergo...
El domingo coincidieron dos hechos que a primera vista no tienen relación directa, pero cuyo contenido y resultado dan para múltiples reflexiones sobre los tiempos que corren y el futuro de las ideologías, del capitalismo y del socialismo: el programa Salvados, dedicado a Cuba y su aperturismo; y las elecciones tanto andaluzas como asturianas, si bien nos centraremos en las primeras por lo que ya veréis.


21:30 h: comienza Salvados. Jordi Évole se ha trasladado a Cuba para pulsar la situación actual del país caribeño y comprobar in situ las medidas aperturistas que el gobierno castrista quiere implantar. Es un país socialista, pero los problemas que les acucian y las medidas que van a tomar nos suenan: incapacidad para mantener la sanidad y la educación gratuitas sin que haya desde ya profundos cambios para conseguir la eficiencia; despido de más de un millón de funcionarios (en Cuba hasta ahora tres de cada cuatro trabajadores eran empleados públicos, muchos de ellos sin función específica alguna y de productividad casi nula); transición paulatina a una economía parcialmente de mercado (ya se pueden comprar y vender coches y casas, si bien estas últimas sólo hasta un máximo de dos).

Es paradójico que para que el sistema socialista cubano sobreviva necesite reformas capitalistas y en los países occidentales democrático-capitalistas necesitan de medidas hasta cierto punto de izquierdas para mantener el sistema de mercado y financiero. Quizá sea porque aún seguimos sin distinguir los deseos y necesidades humanos como individuos de los deseos y necesidades como sociedad. Todo ello demuestra el cambio no hacia otro sistema, sino hacia el sistema, es decir, hacia la eficacia, la eficiencia y el control.

Hacia las 22:00 h: ya se sabe que el PP ha ganado en Andalucía pero sin la mayoría suficiente para gobernar. Los andaluces han votado mayoritariamente de nuevo a la izquierda, sumando los votos del PSOE e Izquierda Unida, prevenidos en buena medida tras cuatro meses de recortes del gobierno central. Prefieren lo malo conocido unos; quizá otros no quieren ver recortar sus privilegios en ayudas, subvenciones y demás ventajas de un estado de bienestar poco competitivo. El nivel de vida de los andaluces es muy superior al de Cuba (no hablo de la calidad de vida sino del nivel): no quieren perderlo porque no se trata de defender un sistema de izquierdas sino un sistema beneficioso individualmente; los cubanos no quieren perder la esencia socialista pero van hacia lo contrario, hacia un sistema más eficiente con medidas de economía de mercado, porque no tienen casi nada que conservar sino todo por crear.

Hacia las 22:00 h: Jordi Évole entrevista a los responsables de un negocio en La Habana: un restaurante de comida criolla para comer en el local y para llevar. Abrieron hace tres meses gracias al fomento del gobierno cubano por lo que llaman cuentapropistas, el equivalente al autónomo español. Les va bien. Tienen ocho empleados. Uno de ellos cuenta su experiencia delante de sus jefes, sin tapujos. Ha dejado su cómodo puesto de funcionario en un hospital como rehabilitador, para lo que estudió durante años, por uno de cortador de carne en dicho restaurante. Trabajaba siete horas y ahora lo hace dieciséis, pero cobra casi cinco veces más. No tiene ya tiempo ni vida social pero dinero suficiente para su caprichos, ayudas familiares y sueños de futuro, como comprarse una moto. Es feliz, no se arrepiente de la decisión. Tanto él como los propietarios hablan en términos de mercado (sueldos, mercadotecnia, bienes de consumo) pero sin perder la fe en el castrismo, la fe en el socialismo y en los valores de la revolución. 

El tiempo televisivo hace coincidir dos hechos aparentemente alejados pero unidos por la situación actual y las necesidades de futuro. El aperturismo, la eficiencia, el cambio de modelo hacia uno u otro lado. Al final todo deriva hacia un punto equidistante desde posiciones contrarias. El capitalismo salvaje y el socialismo trasnochado parece que necesitan iguales soluciones para sobrevivir, aunque no es el verbo más adecuado porque significaría pretender dichos cambios sólo para mantener un modelo; cambiar algo para que no cambie nada.

La realidad es que el funcionario cubano o el agricultor andaluz parecen defender el mismo modelo pero desde posiciones distintas, la de un socialismo aplicado a rajatabla y otro convertido en privilegios anquilosados e inmovilismo. Uno no quiere avanzar y necesita de condicionantes de mercado; el otro quiere que todo siga igual desde el mercado camuflado de un socialismo que ya sólo existe en los discursos, programas y demagogias de taberna o tertulia.

El cubano avanza hacia un nuevo modelo pero sin renunciar al paraguas ideológico del socialismo y de la solidaridad (los que no son disidentes u opositores, claro). El debate en Cuba, abierto por el mismo Raúl Castro, es una reinvención de la revolución con mimbres de economía de mercado para evitar el colapso de un sistema de no da más de sí ni para su supervivencia ni para la de los cubanos, anclados de facto en los años 50. El andaluz, europeo, occidental o de cualquier otro país capitalista (la mayoría), no busca una reinvención sino un mantenimiento de sus privilegios, ganados en parte por nuestros padres, por las generaciones anteriores, trabajando hace apenas unas décadas curiosamente las mismas horas que el cubano ex-rehabilitador convertido ahora en manipulador de alimentos, las mismas horas que dedica un chino y que tanto criticamos. 

Y es que todo es relativo, porque todo evoluciona hacia un mismo punto desde diferentes orígenes, como Cuba o España. Diferentes problemas, mismas soluciones. Desde posiciones diametralmente opuestas buscan el único sistema posible bien entrado ya el siglo XXI: equilibrio entre lo público y lo privado, búsqueda de la eficiencia absoluta, competitividad (un analista del gobierno cubano reconoce en la entrevista que para exportar y avanzar necesitan ser competitivos a la manera capitalista), recorte de gasto social para evitar el colapso de lo público y gratuito. Sin embargo, a los cubanos se les escapa que mientras ellos quieren mantenerlo o mejorarlo, en Europa se pretende desmantelarlo porque no hubo un control, no interesaba, la clase media debía ser próspera al menos durante un tiempo. 

En Andalucía todo seguirá igual o al menos eso querría una mayoría de izquierdas; en Cuba nada será ya igual de facto pero sí en esencia, o al menos eso querrían quienes apoyan al régimen. Dos formas de ver la realidad, dos procesos que parten desde diferentes situaciones. Al final un mismo objetivo, porque la historia tiende a repetirse, la dialéctica histórica y la condición humana es previsible y redundante. Pero sí hay algo seguro: nada, ni en Andalucía, ni en Cuba, ni en el resto del mundo, volverá a ser como antes. Hay otra cosa segura: nada hará cambiar al ser humano. Buscará siempre la utopía social pero el bienestar individual y la defensa de lo suyo. Incompatible.
La justicia está en el punto de mira. Durante las últimas semanas ha sido la protagonista por diferentes casos: Marta del Castillo, Garzón, Urdangarin, Camps... Las tertulias echaban humo y tenían material para engordar egos y famelizar lógicas. 

El ser humano es un ser social y que tiende a la búsqueda de justicia. Lo lleva en su ADN, en su "programación" cerebral, pero esa justicia no parece aflorar de igual manera cuando entran otros condicionantes socio-morales, cuando lo que le ocurre a alguien no piensas que te vaya a ocurrir a ti (caso de un acto violento) o crees que si te ocurriera a ti te comportarías igual (caso de un acto de corrupción o apropiación). 

Al igual que en otros órdenes absolutos de la existencia, la justicia se ve de diferentes formas dependiendo de la cultura, ideología, estrato social, situación económica, cercanía del acto delictivo, causas o consecuencias de ese acto, reglas morales o éticas, etc. ¿Hay una justicia con mayúsculas absoluta y aplicable a todo indistintamente, a todos por igual y bajo cualquier circunstancia agravante o atenuante? 

La realidad es que bajo el paraguas de las leyes encorsetadas en unos derechos e igualdades mal entendidas y bajo la siempre cómoda atalaya del no legislar en caliente, el complejo de "sobrebuenrrollismo democrático", no se aplica la justicia que se debería. Como en muchos otros órdenes de la vida quizá también aquí tenemos la justicia que nos merecemos, ya que la aceptamos con sus luces y sombras (más sombras que luces), siempre analizando todo desde fuera y sin la perspectiva limpia de la lógica humana y social, no de los pilares de lo establecido y de lo supuestamente coherente (traducción: lo cómodo). 

La justicia es real, es posible, pero si aceptamos ciertas premisas que la mayoría no está preparada a aceptar, o se niega a aceptar, o no la interesa aceptar. En pleno ya siglo XXI tenemos suficientes herramientas y experiencia para establecer un tejido legal justo y eficaz. La ciencia y tecnología en sus diferentes vertientes permite ya distinguir a las personas propensas al delito de las que no, a construir por tanto una justicia preventiva que evitaría muchísimos delitos sobre todo de sangre, los verdaderamente irreparables. La neurología, la genética, las tecnologías de vigilancia, de prevención y de control y la informática están lo suficientemente desarrolladas para evitar gran parte de asesinatos, violaciones, actos terroristas, delitos fiscales, de corrupción, de influencias... 

Ah no, perdón, que eso deriva en un estado policial, totalitario, sin creencia en la reinserción, en un sistema orwelliano, en..., en... ¿En qué estaría yo pensando? Sigamos por tanto aguantando las chorradas dialécticas de políticos, jueces y tertulianos; la demagogia de gran parte de la opinión pública cómodamente sentada en su sofá tapizado de tranquilidad. Desde despachos de políticos corruptos, pisos de terroristas, asesinos, violadores o maltratadores en acto o potencia se oyen ecos de risas o pensamientos sólidos de que compensa el acto delictivo cuanto menos. ¿Suena duro? Entonces no se ha entendido nada, comienzo de nuevo: 

La justicia está en el punto de mira. Durante las últimas semanas...