¿Ni puta idea?

Recientemente emitieron en Documentos TV un compedio de hostias como panes. La diana: los expertos, cómo se ha creado esta lucrativa industria por la demanda de los mortales ante tanta información y no saber procesar tales cantidades. Su título: La industria de los expertos. Y es que, para empezar, el sistema educativo de las últimas décadas en la mayoría de los países ha ido encaminado a eso: nulo sentido crítico o analítico y adoración a lo absoluto envuelto en un bonito envoltorio, sumado al factor familia. Una mina para este mundillo. 






Cogiendo como base este interesante documento, aprovecho para relacionarlo con dos libros que he leído recientemente y que poseen conexiones tanto entre sí como con el documental: Subliminal, de Leonard Mlodinow y La enzima prodigiosa, de Hiromi Shinya.

En La industria de los expertos, viendo lo poco que aciertan no sorprenden nada las conclusiones a las que se llega, basadas todas ellas en experimentos donde supuestos expertos y también reputados especialistas quedan a la altura del betún en todos los ámbitos (mundo del vino, arte, economía, etc.). Que los farsantes hagan el ridículo, pase, pero que los verdaderos entendidos también... El único que queda como un señor es el mono, artífice de no más fallos con un dardo en varias predicciones que un catedrático de economía o haciendo con unos cuantos brochazos sobre un lienzo que los críticos de arte le confundan con un reputado "artista" contemporáneo. 

Y es que, como explica Mlodinow en su libro Subliminal, no dejamos de ser precisamente eso: primates aunque evolucionados. Nuestra capacidad inventiva ha hecho que nuestro cerebro no se haya adaptado al grado tecnológico. Resumiendo: nuestro cerebro aún sigue en las cavernas en términos evolutivos pero lidiamos con un mundo que de no ser por nuestra estupidez estaría avanzado varias décadas o siglos, ateniéndonos a las posibilidades científicas y tecnológicas. Es decir, tanto los hombres como las mujeres aún estamos programados para lo que estamos pero varios siglos de "evolución" social, religiosa, tecnológica ha hecho la contradicción sea la única vía y no se puedan decir ciertas cosas demostrables científicamente. O sea, un caos, una bomba de relojería. 



En Subliminal se analizan los últimos avances en el conocimiento cerebral y se explican experimentos pasados y actuales que demuestra cómo lo inconsciente y subliminal rigen en el fondo nuestro comportamiento y sólo nuestra vida en sociedad tal como está creada nos hace engañarnos, o mejor dicho hace que el cerebro nos engañe, para no volvernos locos. Incluso los recuerdos no parecen en un porcentaje alto ser auténticos, creando partes o tergiversando otras para completar el cuadro. Lo mismo ocurre con nuestros sentidos (incluida la propia vista), creencias, valores... Los numerosos experimentos así lo demuestran y su lectura te deja atónito por un lado pero te hace comprender el por qué de ciertos comportamientos y autoengaños en grupos cohesionados, en uno mismo, en mujeres, en minorías, mayorías... Incluso los temas más políticamente incorrectos salen a la luz como boyas que se intentan hundir en el mar pero que acaban saliendo a flote rápidamente. El por qué se opina de una manera pero se actúa de otra. No es culpa nuestra, es nuestro cerebro y nuestra forma de actuar, nunca mejor dicho, en sociedad, al menos en ciertas sociedades "civilizadas" o "desarroladas". 

Leyendo Subliminal y visionando La industria de los expertos fácilmente ves la relación. El ser humano tiende a buscar respuestas, a aparentar para tener éxito en el ámbito laboral, de las relaciones sociales y amorosas sobre todo, y todo ello mezclado hace que el término experto se difumine pero al mismo tiempo arraigue en el colectivo y en nuestra forma de vida. 

Pero para no caer en lo que ellos mismos propugnan, hay que dar siempre una vuelta de tuerca e ir a la raíz de la cuestión: ¿Qué es la verdad? ¿Cómo se mide la veracidad y los resultados? ¿Basta con experimentos de campo, estadística, o al final llegas a la conclusión que lo única verdad absoluta son las tres leyes de la termodinámica? 

Aquí entra el tercer elemento, La enzima prodigiosa, que viene al pelo para relacionarlo también con el documental. En este libro el doctor Shinya nos habla de una forma de vida y de alimentación que en sus 40 años de profesión como especialista digestivo, aplicándolo a sus pacientes, ha logrado la nula recaída en cáncer en los que les trató de ello y una longevidad y salud de hierro en aquellos que "únicamente" lo hizo como medicina preventiva. En múltiples foros ha saltado la polémica y como siempre han aparecido múltiples defensores de lo gurú pero también los típicos enemigos acérrimos de todo lo que no sea más científico que una probeta. Cierto es que en su libro no aporta bibliografía ni su tesis se basa en estudio científico alguno o al menos siguiendo el método como tal, estipulado por convención. Sin embargo, si nos atenemos a los hechos, y aún nadie lo ha rebatido, miles y miles de personas se han beneficiado de sus conocimientos y de la aplicación de su método. ¿Es más válido al final publicar eso en una revista científica con cientos de datos contrastados? En física cuántica sin duda, pero ¿y en medicina?, ¿en psicología?, ¿en economía?...



Desengañémonos, pero no sólo en el ámbito de lo que promulga el documental, sino en todo. Si defendemos la premisa, defendámosla del todo. Mlodinow no es sospechoso de no defender las demostraciones empíricas con un mínimo de sesgo pero leyendo atentamente lo que se está descubriendo de la estructura y el comportamiento cerebral (apoyado, insisto, en experimentos) arroja más incertidumbre que otra cosa. En medicina el placebo parece ser el antídoto: funciona un medicamento pero igualmente funciona la nada, simplemente por el hecho de que el objeto de experimentación sabe que están probando algo para su beneficio aunque no sabe el qué. Ahí radica el quid. ¿Qué ocurre con los sesudos estudios médicos entonces? Sí, funcionan en parte pero lo contrario parece que también, pero a nadie se le escapa que al final lo prestigioso de esta escolástica defensa médica, lógica por otra parte, es también el fruto de intereses farmacéuticos y de prestigio que nada tienen que ver con el concepto absoluto de SALUD o PREVENCIÓN. Sin embargo sí sabemos que somos 6.000 millones en el planeta y no estamos para concretar más. En mi caso, como curiosamente, entre otras muchas cosas, asegura el libro, no enfermo hace años, desde que no tomo carne roja ni lácteos y no me medico. Quizá sea casualidad, pero mi cuadro debería ser otro habiendo sobrevivido de milagro al nacer tras estancia larga en incubadora, ser un niño enfermizo y tener todas la papeletas para ciertos cuadros crónicos. O quizá sea, sí, que empezara tarde a trabajar, que mi grado de estrés sea bajo o que haga deporte o que mi nivel de autoengaño fuera o sea elixir de optimismo para el cuerpo. A saber. Lo que sí es cierto es que en medicina mucho está cogido con alfileres o aplicado a la generalidad, cuando cada ser, aunque suene cursi y manido, es un mundo y la prevención y análisis individualizado debería primar. También hay estudios que demuestran que nuestro actual grado de longevidad no es fruto del avance en medicina sino en la higiene, simplemente; que en las sociedades desarrolladas se enferma más que nunca. 

Como en el mundo de las energías, para evitar tanto panel solar o coches que funcionan con electricidad o agua y joder el negocio antes de que se acabe el petróleo, en la medicina lo establecido como válido está fuertemente arraigado y apuntalado con estudios demostrables para mantener también todo el entramado de corporativismo y mamoneo de congresos y visitadores médicos. Sin embargo, como demuestra el libro de Mlodinow, hasta los más rigurosos pueden ser destrozados. Al final la verdad se escapa entre las manos en todas las materias salvo las verdaderamente científicas (matemáticas, física, química) y aún en ellas a medida que se van encontrando más respuestas aparecen más preguntas, como si nuestro complejo cerebro no supiera comprender lo aún más complejo que lo creó. El cerebro quizá jamás se pueda comprender así mismo y por tanto entender el origen de todo y el por qué y el cómo absoluto. Todo ello ocurre de puertas afuera pero también de puertas adentro, lo que provoca lo mostrado por el documental. 

Lo único cierto es que la información nos abruma y que muy pocos tienen verdadera idea de lo que se traen entre manos, otros pocos dominan sólo una pequeña parte de su especialidad, otros lo aparentan y la mayoría no tenemos puta idea de casi nada y por tanto somos totalmente dependientes y permeables, veletas con apariencia de roca para no parecer incongruentes y para autoconvencernos de nuestras vidas y actos. Personalmente no me fío ni de los unos ni de los otros, ni de gurús o supuestos expertos pero tampoco de los verdaderamente preparados, asentados en su pose de infalibilidad y su actitud prepotente y de continua docencia. Lo mejor es fiarse de uno mismo y tus sensaciones, claro está, sólo si tienes la mente abierta de verdad y no anclada o bien en la estupidez general o bien en el opuesto, el absolutismo de lo "demostrable" y el estar encantado de conocerse. Pero, como se puede ver en Subliminal, incluso eso no funciona. 

De cualquier forma, regocijémonos. Gracias a esto ha surgido una nueva disciplina: la expertología. Me pregunto quién controlará ahora a los que controlan a los que son o se hacen pasar por expertos. La rueda sigue mientras nuestro desconocimiento del cerebro rige nuestras inseguridades y engaños, necesarias al parecer para que dicha sociedad no se derrumbe como un castillo de naipes. Mientras, nuestro cerebro científico e inventivo sigue engordando un desarrollo que el ser humano no puede abarcar hasta que se le eduque verdaderamente pare ello y se cambie el modelo. Y mientras, sean expertos de verdad o no, habrá que hacer caso a lo que funcione y buscar la calidad de vida, en vez de amargarse en debates estériles para acostarse pensando que sabes más que el de al lado o que todos juntos. Yo personalmente me acuesto tranquilo pensando que me autoengaño lo justo pero necesario, sé cada día un poquito más pero sigo sin tener puta idea de nada. Ah, y sin tomar lácteos, que para alegría mía, siempre he odiado. Así es el cerebro, amigos. 

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