Entre dos aguas
Dicen que con la edad uno se vuelve menos radical, se
relativiza todo, se pierde la rebeldía. Quizá, como en muchas cosas, yo voy a contracorriente
y mi proceso parece ser el contrario. Lo relativo se suele aplicar a
situaciones pero no a conceptos ni forma de ver las cosas. Uno puede tratar las
situaciones con relatividad pero bajo parámetros coherentes, es decir,
absolutos en el sentido menos radical de la palabra. Antes era idealista con
tendencia a lo iluso. Todo esto viene al hilo, como tantas reflexiones mías, de
una o varias noticias aparentemente inconexas pero que motivan análisis
conjuntos. En este caso me refiero al independentismo y el proceso soberanista catalán, que llena los medios de
comunicación y las tertulias, y a una noticia-entrevista que he leído recientemente de una
de las mujeres más ricas de España (la mayor entre los menores de 30 años y entre los no herederos de fortuna) gracias a que ganó hace unos años el mayor
premio de lotería de la historia.
¿Qué relación pueden tener ambos temas? Pues el concepto de
coherencia, de implicación. Hay dos refranes muy sabios que definen y resumen
estas reflexiones: estar en misa y
repicando y nadar y guardar la ropa.
Como siempre serán más las voces, y de hecho así se muestra tanto en un caso como
en el otro, que se posicionan en los comentarios y postulados típicos: en un
caso radicalmente en contra de una opción u otra y en el otro admirando un modus vivendi tan de nuestro tiempo, tan polite. Respetamos
una u otra postura en Cataluña pero nos importa demasiado, seamos más o menos
españoles, que alguien esté o no con el resto. Admiramos una filosofía de
cómo ser millonaria y parecer súper y mega sencilla sólo porque no se compra un
Ferrari, aunque eso sí, sigue invirtiendo y engordando su cuenta 30 millones de
euros anuales gracias al maravilloso mundo el interés compuesto, amén de especular (qué original) con el ladrillo. Cuando su hijo
cumpla la mayoría será multimillonario, pero será un ejemplo porque fue a un
colegio público y le educaron en el profundo respeto al prójimo y a pensar en
que mucha gente lo pasa mal. Todo eso está muy bien, pero eso sí, con su fortuna a buen recaudo y
custodiada por su abnegada mamá, no sea que con un millón de euros por ejemplo
no pudiera vivir él y su descendencia holgadamente, sin lujos, como dice ella. ¿Para qué prescindir de los más de 100 millones restantes o emplearlos en causas benéficas, estudios científicos, creación de empresas o cualquier otra idea útil, si basta con ocultarse, mostrar una fachada "sencilla" y no pisar El Bulli o la calle Serrano? Se premia y alaba la contemplación de la orilla antes que el chapoteo al menos, ya no digamos la navegación o la inmersión.
Los radicalismos no me van salvo que tengan una base lógica,
es decir, x o y tienen que ser siempre así porque no puede ser de otra manera,
pero lo que ya no es soportable es el cinismo y la hipocresía disfrazado de admirable
actitud. Esto va por aquellos que no tienen los bemoles de, acertada o equivocadamente,
posicionarse claramente o admitir lo que se es o se hace, lo que José Mota
parodia genialmente con su “si no pasa nada, pero ser, eres”. Se es o no
independentista y se es o no millonario o millonaria con todas consecuencias.
Luego ya puedes vender la moto que quieras y hacer o no algo o mucho, bueno o malo. No creo ser sospechoso de nada: me
parece patética cualquier actitud aldeana y sectaria, españolista, catalana o de Sebastopol.
Me descojono igual con los fachas o con los progres, salvo que sean coherentes
en su radicalismo. Que se mojen, vaya. Es cuando se puede respetar entre
comillas aunque me sigan dando igual de grima y/o pena. Se critica a alguien por
sentirse exclusivamente catalán o español pero nos parece entrañable defender a
capa y espada y considerar el centro del mundo a nuestro pueblo y estar
convencidos de que ciertas costumbres absurdas son maravillosas. Es triste en
pleno siglo XXI fomentarlo y pensar así, pero no dejan ser sentimientos, al margen de por qué surgen (ya sabéis: educación, familia, entorno social...). Si se
defienden sin ambajes podrás combatirlos o no, rebatirlos o no, pero serán respetables. Lo que es inadmisible es revolotear
alrededor de ambas orillas, como ocurre con izquierdas o derechas
buenrrollistas o millonarios “austeros”. Azules que ponen una pinta de color
rojo en su vida y al contrario. Todos contentos y para empezar tu cuenta de
amiguetes, palmeros o posibles ligues llena.
Resulta que se puede ser una cosa y la contraria, que la incoherencia triunfa y convence, atrae y gana adeptos. Y no sólo eso, además trae pingües beneficios
en prestigio social y admiración, algo tan valorado, casi más que el propio
dinero o lo identitario. Hemos aprendido a ser el reflejo de lo que criticamos
y pensar que somos mejores que aquello que censuramos, cuando es el producto de
nuestra incoherencia y falta de posicionamiento lógico en vez de ideológico. Me
dan pena los radicales que no ven más allá de su identidad perenne e ideología, como un
ADN inquebrantable, pero más pena me da el que va a la deriva en lo indefinible
para contentar a todos y a sí mismo.
Con el tiempo aprendes que el ladrón o el fanático puede ser un malnacido, pero
tiene los huevos de serlo toda su vida, con lo que se arriesga al menos a
perder su vida o su libertad. He ahí la clave: riesgo. La vida cada vez se
divide más entre los que juegan a la ruleta rusa y los que lo hacen al póker con
cartas marcadas. Mientras, el mundo sigue su curso, el de siempre, pero
engañándonos a nosotros mismos y convenciendo a la mayoría aborregada.